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José Carlos Yrigoyen: En defensa de Karl Ove Knausgard [Opinión]

“‘Tiene que llover’ equilibra densidad con amenidad y supone la mejor entrega desde las dos primeras del proyecto”.

A uno puede disgustarle la obra de un determinado autor. Eso es legítimo. Lo que no me parece recomendable es sostener esa animadversión en prejuicios absurdos y cuestiones extraliterarias. Eso ha sucedido con Alberto Olmos, quien impugna los libros de Karl Ove Knausgard (Oslo, 1968) en un artículo argumentativamente deplorable que ha sido muy rebotado por Internet en los últimos días. Las objeciones que Olmos esgrime darían risa si no provocaran también mucha lástima: se critica al noruego por cosas tan disparatadas como ser un autor cuyos lectores admiran aunque, según él, solo lean con esfuerzo veinte páginas de sus extensos libros; que Knausgard le recuerda a las señoras que van a los talleres literarios para aburrir a sus contertulios con largos relatos sobre sus soporíferas vidas; que sus libros “no tienen frases memorables” y otros desatinos así de gruesos. Lo llamativo no es que alguien pueda desbarrar con tanto entusiasmo, sino que existan personas inteligentes que celebren estos gazapos sin cuestionarse siquiera.

Todo esto no quiere decir que Mi lucha, la saga de Knausgard, no tenga defectos o puntos bajos que pueden ser señalados. Los tiene, de hecho, y ahora que acaba de aparecer Tiene que llover, el quinto volumen de esta serie, tenemos una mejor perspectiva para evaluarlos. Su falencia más notoria es el claro desbalance cualitativo que existe entre los dos primeros tomos y los tres siguientes. En La muerte del padre y en Un hombre enamorado no solo asistimos a excelentes ejercicios de autoficción cuyo alcance confesional llega siempre hasta las últimas consecuencias, sino que arriesgan desde el aspecto formal al entremezclar descripciones hiperrealistas, vivencia y reflexión con una pericia sorprendente. Knausgard no es solo un autor de frases deslumbrantes, sino de largas meditaciones que se sostienen durante decenas de páginas por medio de una aguda sensibilidad, logrando en la mayoría de los casos que el lector no deje de seguirlo a través del laberinto sensorial e intelectual que se le propone. Uno de los ejemplos más hermosos sobre esto es el primer apartado de La muerte del padre, aunque hay muchos más de ellos también, y aún de mayor complejidad y ambición, en Un hombre enamorado.

Los libros siguientes no repiten las proezas de los dos primeros debido a una estandarización del relato, casi lineal, más centrado en acumular hechos que en construir a partir de ellos. Si bien el notable ritmo narrativo, el humor y la impudicia de Knausgard consiguen que en muchos tramos nos dejemos abducir por lo relatado, esto no sucede siempre. La isla de la infancia adolece de largos momentos predecibles, repetitivos y monótonos. Bailando en la oscuridad es más ágil, pop y divertido, pero también el más superficial de la serie.

Tiene que llover, en cambio, equilibra densidad con amenidad y supone la mejor entrega desde las dos primeras del proyecto. Es un libro sobre el aprendizaje vital y literario, donde hallamos al Knausgard que más se aprecia, el que no solo se limita a ofrecernos un doloroso striptease, sino que al mismo tiempo intenta comprender el origen y sentido de las heridas que nos exhibe. Esta vez su discurso se ve comprometido por las esquirlas del fracaso artístico, del alcoholismo, de la pugna entre hermanos, de las mujeres que se pierden en un momento de locura, de una madurez que se asume no sin muertos ni heridos alrededor.

Al igual que La isla de la infancia, que se circunscribe a la experiencia del niño Knausgard durante su estancia en la idílica isla de Tromoya, aquí la historia ocurre en un solo ámbito, la ciudad de Bergen, cubierta de una lluvia que parece eterna, y acompaña al joven narrador por una experiencia donde nunca consigue sosiego y las relaciones humanas siempre estallan en desagradables confrontaciones que solo podrán ser conjuradas con la huida de esa pequeña y gris urbe, hacia la conquista de nuevos territorios literarios y afectivos, en los que podrá, por fin, ser un escritor.

Un libro que no solo cumple con las expectativas puestas en él sino que nos prepara para el sexto tomo, el final y por lo que entiendo el más difícil, ensayístico y audaz de todos. A esperar un año más, con mucha paciencia.

  • Dato: No se pierda la próxima Columna Vertebral sobre ‘Los juegos verdaderos’, de Edmundo de los Ríos.

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