La poesía de Carlos López Degregori (Lima, 1952) siempre ha sido difícil de calificar para los distintos críticos y especialistas que se han sumergido en sus aguas oscuras y profundas. Hay consenso en considerarla una obra marginal, con motivaciones muy distintas a las de sus compañeros generacionales (es decir, los poetas surgidos entre los años setenta y ochenta), y en destacar su rico imaginario, un universo donde la crueldad y lo siniestro rigen el destino de las criaturas que lo habitan. A pesar de que se trata de una obra incómoda a la hora de encuadrarla dentro del ámbito de nuestra tradición, sus virtudes han sido reconocidas desde muy temprano, precisamente a partir de su segundo libro, Las conversiones (1983), y especialmente por el volumen que lo consagra como uno de los autores más importantes de la poesía contemporánea, Cielo forzado (1988).
Como alguna vez apuntó Eduardo Chirinos, la primera etapa de López Degregori está caracterizada por una fascinación por la anécdota escabrosa, por las atmósferas plenas de horror y por la intervensión de personajes ficcionales e históricos que dialogan entre las sombras, la monstruosidad y la sordidez. Este camino de alguna manera se cierra con la publicación de uno de sus libros más interesantes, Aquí descansa nadie (1998). Luego de eso emprendió una búsqueda donde lo narrativo daba paso a una indagación en la que el onirismo y lo metafísico signaban un discurso en apariencia más sencillo pero con una mayor riqueza de sentido y de matices, abierto a una interpretación más compleja. Si bien en Retratos de un caído resplandor (2004) este nuevo rumbo dio frutos notables, sus siguientes libros se vieron heridos por cierto retoricismo y reiteración. Es bajo estas circunstancias que López Degregori nos entrega su onceavo poemario, La espalda es frontera, que pretende renovar una vez más una voz predispuesta a los riesgos y a la conquista de nuevos territorios.
El libro se abre con un poema espléndido, Después del diluvio, que es una de las varias artes poéticas que este conjunto contiene. Su primer verso “El mundo está lleno de mundos” funciona no solo como pórtico del poemario sino de la obra completa de este autor. Después de este texto hallamos una serie de poemas en prosa de distinta importancia: algunos son muy logrados (Siete meses como Bruno Schulz, por ejemplo) mientras que otros son apenas variaciones y apelaciones a las fórmulas conocidas que ya hemos encontrado en sus libros anteriores, especialmente en Aquí descansa nadie y El amor rudimentario.
Es en la segunda parte – Amado tórax – en la que encontramos algunos de los poemas más memorables del libro. En ellos – Tebas, Monosílabos, Antena – López Degregori opta por una decisión inédita en su poesía: escudriñar y subvertir los distintos significados de las palabras que maneja y a partir de ese ejercicio inaugurar nuevas sendas en su discurso, quizá más abstracto y racional, pero a la vez profundamente fresco y sugerente. Muchos de esos poemas recuerdan a la serie O vil metal de Ferreira Gullar, pero con la diferencia de que en lo que en los poemas de Gullar era ante todo lúdico, aquí es óbice para el asombro y el misterio.
En la tercera parte se incluye Máquina respiratoria, el mejor poema de este libro y quizá uno de los mejores de la obra de López Degregori: esa máquina a la que se alude es la del lenguaje, aquella que define “las afinidades y las traslaciones” y en la que el mismo poeta –reconociendo la secreta vertiente autobiográfica de su obra– se introduce para reclamar “las almas envenenadas” que son el motor de su propia poesía. Estamos ante un poemario que, aunque irregular, es quizá el más sólido e innovador de los que López nos ha entregado en mucho tiempo.
Carlos López Degregori
- La espalda es frontera
- Paracaídas, 2016. 76 pp.
- Relación con el autor: cordial.
- Puntuación: 3,5/5 estrellas
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