Es meritorio ser el mejor escritor de tu generación. Más meritorio todavía cuando lo eres dentro de una promoción de autores que surgió en tiempos difíciles, pauperizados y en los que tu país se debatía entre el vacío y el relleno sanitario. Es el caso de Jaime Bedoya (Lima, 1964), quien, bajo el desenfadado título de En aparente estado de ebriedad, acaba de publicar una amplia y sustanciosa recopilación de las columnas que escribió en la revista Caretas, en El Comercio y en el blog Trigo Atómico. Apreciamos así, panorámicamente, una obra donde humor y reflexión se conjugan con pericia, frescura y por momentos con brillantez, arropados en una prosa que se impone por su propio peso. No apela nunca a retorcimientos ni a autoindulgencias: Bedoya juega limpio. A veces al filo del reglamento, pero sin conocer la tarjeta roja en las más de quinientas páginas que constituyen esta rendición de cuentas.
Decía que Bedoya comenzó a escribir en tiempos difíciles. Y es en esas circunstancias poco favorables donde eligió desmarcarse de sus compañeros generacionales, que prefirieron la evasión de la realidad en la que estaban inmersos o envejecidos modelos malditistas que eran a su vez otra forma de escapismo. Decidió más bien confrontar esa coyuntura adversa untada de colorinche callejero, alegre informalidad, ingenuo voluntarismo y superchería que conforman eso que llamamos peruanidad. Desde el principio los resultados fueron óptimos. Ahí están para demostrarlo sus primeras recopilaciones, donde podemos hallar piezas memorables como Los New Kids de Zárate, La Pequeña Maravilla o Cuy Bróster, semblanzas donde la ironía siempre está acompañada de una sutileza y un conocimiento de la condición humana que ha preservado a estos textos de las inclemencias del paso del tiempo o de acabar como rezagos del prejuicio y la mofa cínica y condescendiente.
Bedoya nunca abandonó del todo esa veta llena de posibilidades, y con la madurez fue perfeccionándose a la hora de explotarla; pruebas de ello son Guayabera Sucia y sobre todo el absolutamente destalentado Dennis Angulo, poeta casmeño de ficción bastante más creíble y controversial que buena parte de los poetas peruanos vivos de verdad.
Iniciando el presente siglo, Bedoya se fue decantando por escribir textos más reflexivos, a caballo entre el ensayo breve y los apuntes que dicta la experiencia y el festivo desengaño. Lo notable de este tramo de su obra es que la ambición ya no recae en redondear textos entretenidos y agudos, sino en proponernos una ética personal de la que podemos elegir preceptos para alimentar la nuestra, sin compromisos. Aunque se ha acusado a Bedoya de cínico en más de una ocasión, no hay nada menos cínico que Bedoya. Sus sentencias y acercamientos son transparentes, así merodeen los terrenos de lo políticamente incorrecto; columnas como Breve manual para pedir perdón o Cosas que deben hacerse antes del fin del mundo proponen claramente una posición dura por realista y a la vez entrañable, siempre alejada del buenismo estéril y a la postre insostenible. Por lo demás, es paradójico que alguien que afirma que el mundo puede vivir sin nuestra opinión de buenas a primeras nos presente cientos de páginas de ellas. En este caso es una paradoja que no podemos condenar.
En aparente estado de ebriedad es una lección literaria que todo periodista y aspirante a periodista debe cursar. Revisando sus páginas es inevitable sentir cierta melancolía por una época en la que plumas como esta, si bien eran escasas, no brillaban por su ausencia como hoy. Si en los ochenta y noventa asistimos a fuertes devaluaciones económicas, hoy sufrimos otras quizá tan devastadoras como esas: las de la prosa, la imaginación y las ideas. Esperamos un urgente recambio.
JAIME BEDOYA
- En aparente estado de ebriedad.
- Literatura Random House. 504 pp.
- Relación con el autor: ninguna.
- Puntuación: 5/5 puntos.
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