Mariella Sausa
Llegaron a Lima hace más de 25 años buscando mejores oportunidades laborales y el acceso a una mejor educación. Dejaron atrás sus comunidades, sus territorios ancestrales, pero no sus costumbres ni sus tradiciones, y se instalaron en la ribera del río Rímac. Se trata de la comunidad shipiba; un pueblo nativo que se asentó en el capitalino Cantagallo con 14 familias, pero pronto su población creció hasta llegar a constituir una comunidad de 236 familias, más de 2,000 personas.
Los primeros shipibos llegaron a Lima principalmente de Ucayali y “en oleadas”, en los años 80 y 90, escapando del terrorismo. Entonces en esa región las condiciones de vida eran precarias. Muchas comunidades tenían problemas con madereros y eso limitaba su horticultura, la caza y la agricultura de autoconsumo. A ello se sumó la ausencia de los servicios del Estado.
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“Primero fueron familias y personas particulares buscando trabajo, educación para sus hijos y oportunidades para mejorar su calidad de vida. Luego llegaron jóvenes buscando acceder a universidades. Varios vivieron en Barrios Altos y en distritos periféricos de Lima, pero hasta aquí no había un asentamiento colectivo, más sí un nivel de organización entre familias”, precisó el antropólogo Rodrigo Lazo.
Varias personas de la comunidad se sostenían en las artesanías (Trome)
En el año 2000 viene otro bloque de shipibos a Lima para participar en la Marcha de los Cuatro Suyos. Debido a que tuvieron problemas para pagar alojamientos, estos pobladores se asentaron en la zona de Cantagallo, un antiguo vertedero de basura en la ribera del río Rímac.
Supuestamente esta ubicación era temporal, pero hasta hoy la comunidad continúa viviendo en casas precarias de madera, hacinada, sin servicios básicos de agua potable y desagüe, y rodeada por un ambiente plagado de moscas y basura.
Una vez asentada, la comunidad intentó buscar el apoyo de las autoridades municipales para mejorar sus condiciones de vida, aunque su principal meta fue la propiedad del terreno, lo cual hasta ahora no ha podido lograr, pese a las diversas promesas de las autoridades.
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Metas logradas
Sin embargo, los shipibos sí tuvieron algunos logros: por ejemplo ´fueron el primer pueblo nativo que luchó y logró poner en funcionamiento una Escuela Intercultural Bilingüe en la ciudad, la cual brinda clases en shipibo-konibo y en castellano a cerca de 250 niños, aunque unos 700 viven en el lugar.
Elena Burga, directora de Educación Intercultural, Bilingüe y Rural del Ministerio de Educación, señaló que con la escuela bilingüe la comunidad ha logrado mantener viva su lengua nativa y su cultura aún viviendo en la capital.
Causas del incendio aún no están esclarecidas. (Trome)
“Pese a que su asentamiento en Lima es complicado, los shipibos son un pueblo, que a diferencia de otros, no vino a invisibilizarse. Ellos no se avergüenzan de su lengua, su cultura y sus raíces. Son un pueblo que quiere acceder a los servicios y oportunidades que ofrece el mundo moderno, pero reconociendo sus raíces y sin dejar de ser lo que son; y esa es una lección para todos los peruanos”, anotó.
Precisamente por ello, con el apoyo de diversas organizaciones de la sociedad civil, la comunidad shipiba en Lima ha podido dar un gran impulso a su artesanía, su pintura, su música y su cultura. El logro más importante fue poner en valor el diseño kene, un tipo de gráfico característico de este pueblo que fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial del Perú por la Unesco en el 2008.
Empero, pese a ese reconocimiento, actualmente no hay plataformas para su protección. El diseño ha empezado a producirse industrialmente y lo que se vende deja de llegar a las familias shipibas.
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Grandes dificultades
Pero esta no es la única dificultad que ha sufrido esta comunidad asentada en Lima. Muchos de los pobladores son objeto de discriminación y burla de los capitalinos que los señalan como “charapas”, “malditas boas” e “indios que deben volver a sus junglas”.
La discriminación y el racismo afectan de manera particular a las mujeres, que sufren acoso y violencia sexual por su vestimenta y porque se asocia ser shipiba con ser ‘calientes’ y estar siempre dispuestas.
Aunque con el tiempo Cantagallo se convirtió en una plataforma de encuentros entre shipibos de Ucayali que llegaban para conocer Lima y limeños y extranjeros que acudían a conocer cómo era la cultura amazónica, las condiciones de vida en el lugar no mejoraron.
“Sin agua y desagüe para cada vivienda, tratar las enfermedades ha sido más difícil, más costoso y, en varios casos, ha costado la vida de personas”, refirió Lazo.
Panorama de la zona tras el incendio. (Perú21)
La lucha por un terreno
Pero además de los temas humanitarios, el reclamo permanente de esta comunidad ha sido la necesidad de un terreno para reubicarse y seguir viviendo en colectivo.
La antropóloga Lourdes Soldevilla explicó que el pedido de los shipibos de acceder a un terreno donde puedan estar todos juntos responde a su deseo de mantener la comunidad y seguir reproduciendo las costumbres y usos nativos, pero en la ciudad, pues de otra forma se podría perder su identidad.
Al respecto, el antropólogo de la Pontificia Universidad Católica del Perú Alberto Espinosa de Rivero explicó que la reubicación de la comunidad shipiba ha pasado por procesos con muchas trabas. Durante la gestión de la alcaldesa Susana Villarán ya se había conseguido un terreno para la mudanza, pero el cambio de autoridad paralizó todo lo avanzado.
(Perú21)
Entonces la situación de la comunidad se agravó porque las obras para la Línea Amarilla –que pasaba por terrenos de Cantagallo– continuaron y una parte de la comunidad se tuvo que reubicar dentro de la misma zona. Eso ocasionó problemas en el agua y el desagüe e hizo que todos vivieran más hacinados.
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“Desde el año pasado la situación de salud empeoró y ahora con el incendio la situación es más dura. En medio de todo esto no hay un programa claro para ellos y obviamente entre los pobladores hay desconfianza porque la comunidad siente que no puede fiarse de la palabra del alcalde Luis Castañeda”, sostuvo Espinosa.
Soldevilla agregó, en ese sentido, que los shipibos tienen una desconfianza histórica con el Estado porque las autoridades siempre les han prometido y nunca han cumplido. Por eso ahora se niegan a dejar la zona que ocupan y están levantando sus casas sobre las cenizas.
“Ante esta situación, el Estado debe garantizar los servicios básicos para esta comunidad y darles una vida digna y de calidad, no como ayuda ante lo ocurrido, sino porque es su obligación respetar el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo que garantiza el derecho colectivo de los pueblos indígenas. Ese es su derecho y se debe de respetar”, precisó la antropóloga.
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