Quienes venimos transitando por Ticlio por más de medio siglo damos fe del retroceso de sus glaciares, que considerábamos perpetuos, pero que en realidad iniciaron su repliegue hace siglos. La vida, por ejemplo, ha evolucionado desde esporádicos nichos de organismos unicelulares hasta seres complejos capaces de percatarse de su pasado y de angustiarse por su futuro… y lo ha hecho en paralelo a la evolución atmosférica: del fluido tóxico de sus orígenes hasta la hospitalaria mezcla actual, rica en oxígeno, subproducto de la fotosíntesis de algas y plantas.
Salvo el cambio, nada es permanente. Antaño imperceptible, hoy somos conscientes de él, que tendemos a suponerlo vertiginoso pero para fortuna nuestra, eso también es un error. El cambio es soporíferamente lento, contrariamente a lo que ciertos embusteros pretenden hacernos creer.
Tomemos la temperatura como ejemplo: según datos del aeropuerto Jorge Chávez, la media de esta, entre 1974 y 1983, fue de 19.95 grados centígrados, y en las tres décadas siguientes fue de 19.63, 19.48 y 19.45, respectivamente. Cuarenta años de estabilidad con ligera tendencia a la baja.
Incluso si promediamos los datos proporcionados por Hipólito Unanue para 1800, constatamos que la temperatura de Lima fue de 20.14, muy similar a la actual. Ante el despegue económico del tercer mundo, algunas ONG seudoambientalistas, en complicidad con científicos inescrupulosos y con políticos antiliberales, decidieron falsear la realidad para tratar de frenar el desarrollo de las sociedades emergentes. La razón subyacente era que los recursos naturales no alcanzarían para todos. La conspiración contra el progreso utiliza el argumento del calentamiento global. Lo considera inapelable y lo atribuye exclusivamente al hombre. Así, la fluctuante actividad solar, las excentricidades orbitales del planeta o las variaciones de su campo magnético no incidirían en el clima. ¿Cómo explicar entonces las glaciaciones del Pleistoceno o el Cálido Medieval (siglos XI a XV) o la Pequeña Edad de Hielo entre 1645 y 1715?
Dejémonos de candideces, bajemos de las nubes, sacudámonos de intimidaciones foráneas. Concentremos nuestra agenda ambiental en recoger la basura, depositarla en rellenos sanitarios, tratar las aguas servidas, dotar de saneamiento a los pueblos, restringir el uso del petróleo dentro del casco urbano, controlar las sustancias químicas peligrosas, y proteger nuestra biodiversidad.
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