César Martinez
“¡Arepas venezolanas! ¡Arepas venezolanas!”. Detrás de este grito hay angustia, tristeza y –aunque resulte paradójico– mucha esperanza. Hay, también, apego a la tierra, a las tradiciones, a la familia, a los sueños. No es solo la ancestral tortilla de harina de maíz la que se ofrece en varios puntos de Lima: es un pedazo de patria, son los recuerdos, es parte de la identidad.
El éxodo venezolano no es reciente. Se inició hace más de 15 años y se ha agravado en los últimos diez. Muchos países latinoamericanos le han cerrado sus fronteras a este pueblo. El Perú no, por lo menos hasta ahora. ¿Por qué? Porque quizá nosotros, más que nadie en esta parte de mundo, sepamos lo que es estar en medio del fuego viviendo una crisis política, social y económica, como la de los 80 y 90.
Su presencia ya es parte nuestras vidas. Pero son más visibles en el tradicional Jirón de la Unión, en el Cercado de Lima. Estos jóvenes, que no llegan ni a los 30, van armados de cajas de poliestireno, en las que llevan sus arepas, envueltas en papel de aluminio. Tienen un peculiar brillo en sus ojos que se vuelve más notorio cuando hablan de su querida –y, por el momento, lejana– Venezuela.
¿Duro? Sí. Porque el salir de su país fue algo más que una elección: fue una necesidad. Ahora mismo, están acá, en Lima, en la ciudad más grande del Perú. Pero su cabeza está allá, en Caracas, en Táchira, en Lara, en las noticias sobre las movilizaciones, sobre la inseguridad, sobre los muertos que a diario hay en todo el país de Bolívar.
Su única ilusión es algún día volver a abrazar a sus madres, a sus padres, a sus tíos, a sus hermanos, a sus hijos, a sus sobrinos, a su familia; a respirar el aire de su infancia; a ver las calles de su adolescencia y a vivir esa juventud abruptamente cortada y que jamás –desgraciadamente jamás– podrán recuperar en su suelo, en su tierra, en su Venezuela.
DANIEL VERA (24) TÉCNICO EN SEGURIDAD INDUSTRIAL
Llegar a Lima le tomó ocho días a Daniel Vera, de 24 años. Salió de Barquisimeto, la capital musical de Venezuela, rumbo a la frontera por Colombia. “En ese momento estaba cerrada. Me tomó cuatro días abandonar mi país. De ahí otros cuatro para llegar a Lima, donde había unos compañeros”, cuenta.
¬¿Por qué Perú? Dice que ya había estado en Colombia y en Ecuador y que el costo de vida en dichos países era alto. En cambio, sus amigos le habían comentado que en Perú, la cosa era distinta. Por eso que no lo pensó más.
“Dejé todo. Dejé mi vida. Allá tengo familia, papá, mamá, hermano. Tengo dos tías que son como mis madres también. Me vine con el propósito de ayudarlas a ellas. En realidad dejé mi vida. Yo soy fanático del fútbol y el fútbol también era parte de mi vida. De hecho todo quedó allá. Buscando el futuro de uno”, recalca.
Tiene un año en Perú. En su ciudad trabajaba como técnico en seguridad industrial y tenía a su cargo entre diez a 15 personas. “Es una tristeza que mi país esté como está ahorita, porque un país tan rico no puede caer como está ahora. En nombre de Dios, todo va a salir bien. El país va a salir adelante”, sostiene.
Afirma que la situación en Venezuela es una dictadura, “No tiene otro nombre. El país ha caído en una crisis bastante fuerte. El sueldo mínimo que se gana allá alcanza para quince días. Ni para ahorrar, ni para guardar ni, nada. Se consigue la comida pero está exageradamente cara. Ya es imposible conseguirlo”, dice.
Vive junto con un grupo de amigos en una casa ubicada en la avenida Riva Agüero, en El Agustino. “Dicen que esa zona es bastante peligrosa, pero nosotros tranquilos. Para lo que estamos acostumbrados en Venezuela, es algo muy relajado, muy tranquilo. La gente es muy receptiva”, expresa.
ELÍAS MARTÍNEZ (24) VENDEDOR MAYORISTA DE ACCESORIOS PARA MOTOS
“Tengo una tristeza enorme por lo que pasa en mi país. Ahora mismo veo vídeo de cómo están matando a mis hermanos. No me enorgullece decirlo, no me gusta hablar de eso. Hay miedo de la gente por salir a las calles, porque no sabe si regresan. Y ese es un miedo, un trauma, que viven todos los venezolanos”.
Elías Martínez, de 24 años, era vendedor mayorista de repuestos para motos. Decidió venir a Lima debido a que su negocio no crecía. Por el contrario, se venía en picada. “No me quejo de cómo estaba en Venezuela. No estaba tan incómodo. Pero llegó un momento en que no avanzamos. Por eso vine a Lima, buscando un futuro mejor”, señala.
Dejó atrás a su hijo, de dos años y medio, al que extraña. Está en todos los trámites para traerlo. “Imagina el susto que tengo al pensar que algo malo puede pasarle, en cualquier momento, a mi hijo, a mi madre, a mi abuela, a mis familiares queridos”, relata.
Estar lejos no le saca esa preocupación. “Acá uno se nubla de trabajo. Pero siempre hay un pequeño instante, hay algo que te hace recordar. Por ejemplo, estar acá es una experiencia bellísima y quisieras que tus seres queridos lo vieran, compartirlo con ellos, pero no se puede”, dice.
Vende arepas debido a que inicialmente estaba como ilegal en el Perú, pero ahora, con los permisos provisionales que da nuestro país, siente que la situación para ellos puede mejorar. ¿Cómo los tratan los peruanos? “Muy bien. Comprenden lo que estamos pasando. Nos brindan la mano, nos apoya, nos dicen fuerza. Un aliento es mucho más grande que cualquier otra cosa”, afirma.
En unos días va a traer a Lima a su primita. “Está muy joven. Le están robando su infancia. Tiene miedo de salir a la calle”. No descarta quedarse a vivir en Lima, aunque su sueño es regresar.
EDUARDO FUENMAYOR (28) EX MILITAR
“¿Qué es lo que más extraño de Venezuela? La familia, ese calor venezolano, el carisma. El que no le haga falta su ciudad es porque no es de ahí. Tú vas a querer estar siempre en donde naces, a veces hasta morir ahí”. Así describe Eduardo Fuenmayor, de 28 años, los sentimientos hacia su patria. Fue por ocho años, parte del Ejército venezolano y llegó a Lima el 23 de noviembre del 2016.
¿Qué le hace falta? “Hace falta ver esa Venezuela bonita, de antes estos tiempos, de cuando yo estaba pequeño. Una Venezuela que todo el mundo anhelaba, que todo el mundo quería. Hoy hay una Venezuela que nadie quiere ir, que tiene miedo, que ven a un venezolano y hasta lo tildan de ladrón”, recalca.
Afirma que los jóvenes venezolanos que han migrado “estamos dando la cara al mundo y a Venezuela, que estamos diciendo de lo que estamos hechos: de trabajo, trabajo, trabajo y esmero. Somos buena gente y carisma todo el tiempo”.
Nos cuenta que estuvo ocho años en el Ejército, pero que se retiró porque no está de acuerdo con muchas cosas del gobierno. ¿Y cómo es el día a día del pueblo venezolano? “Protesta por todo lo que está pasando. El pueblo está en resistencia”.
Señala que todos los medios nacionales están callados porque el gobierno los puede sacar de circulación, tal como ya ha pasado. “Mientras la gente se está matando, mientras hay muertos en las comunidades, en las calles de Venezuela, (los medios) están pasando El Chavo, están pasando novelas, están pasando un programa de farándula”, sostiene.
Ha dejado atrás a su mamá, a su abuela, a sus hermanos. Quiere traer a Lima a su mamá. “Ella me dice que va a venir de visita, pero yo sé que estando acá se va a enamorar de la ciudad y se va a quedar”. Refiere que el sueldo mínimo llega a los 30 dólares, lo que con las justa alcanza para las compras de la semana.
GÉNESIS SÁNCHEZ (24) CONTADORA PÚBLICA
Génesis Sánchez, de 24 años, ha vivido en carne propia la represión. Fue dirigente estudiantil en su universidad. Es de Táchira, ciudad donde hace dos años se iniciaron las ‘guarimbas’, es decir, las protestas urbanas en contra del régimen que hace más de 15 años tiene a su cargo el gobierno de Venezuela.
“Yo no quería salir de mi país, porque tenía todas las intenciones de pelear. Pero bueno, yo me formó como profesional, me peleé por mi país hasta el alma, pero hay un punto que no se puede más”, asegura esta joven contadora pública.
Hace un mes y medio que llegó a Lima. Para llagar tuvo que hacer una travesía que la llevó por Cúcuta y Tumbes. “Estuve en Piura un días antes de los desastres. Salí de mi país por la inseguridad, por la escasez, porque formaba parte del centro de estudiantes de la universidad y nos golpeaban. No podías manifestar. No podías expresas libremente el descontento con la realidad”, afirma.
Atrás han quedado sus amigos, su mamá, su papá, su hermano, y su gato. “Es difícil meter tu vida en una maleta y salir. Extraños mucho a mi papá, a mi mamá, a mi abuela, a mi gato, cosa más linda”, dice.
Aunque su experiencia en nuestro país no fue, inicialmente, del todo grata, ya que trabajó por 12 días en una heladería en la que no le pagaron. “Me quisieron acusar de robo. Es en ese momento que decido trabajar con mi cuenta, hasta que regularice mis documento”, explica.
Junto con su amiga Anabel Rojas, comenzaron a vender arepas en el Jirón de la Unión. “Gracias al universo que ustedes no tienen un presidente comunista o que tengan ideales socialistas absurdos como se vive en nuestro país. Ustedes tienen propiedad adquisitiva. Nosotros no sabíamos que era tener propiedad adquisitiva. Nosotros, a los 24 años, hemos conocidos más papas que presidentes. Porque maduro es el legado de eso, de toda la porquería que dejó Chávez”, explica.
Dice que la gente en Venezuela no sale a la calle a partir de las cinco de la tarde porque es inseguro. Tampoco hay taxis ni transporte público. Además, confirma que hay muchas muertes de estudiantes y de guardias que no son divulgadas. “Mi pueblo se desangra”, sostiene.
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— Diario Perú21 (@peru21noticias) 28 de abril de 2017
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