Lima celebra durante los cuatro domingos de febrero –el mes más corto del año– una fiesta sin disfraces, máscaras ni desfiles: los carnavales. La celebración consiste en lanzar agua con una sola premisa: nadie debe salvarse de ser mojado.
En el Callao es una tradición ocupar la vía pública con piscinas portátiles. Familias enteras, vecinos y amigos se reúnen en fiestas con música a alto volumen, cervezas y baile.
Pero en Lima la falta de agua es un verdadero problema: solo llueve, en promedio, siete milímetros al año y el agua potable no alcanza para abastecer a los 10 millones de habitantes de la ciudad.
Además, Sedapal advierte que Lima derrochó 120.000 metros cúbicos de agua en febrero de 2014, lo que alcanza para llenar 30 piscinas olímpicas como la del Campo de Marte.
“El derroche se da mayormente en zonas donde utilizan conexiones clandestinas o conexiones que no cuentan con medidor, e incluso usan sin autorización los grifos contra incendios”, alertó a la agencia EFE Cecilia Maurtua, especialista comercial de Sedapal.
En algunos distritos se ha prohibido la instalación de piscinas en las calles. En Barranco, por ejemplo, la multa es de S/.1,900 por esa falta. La sanción se eleva a S/.3,040 si una persona moja a otra sin su consentimiento.
Para este año, la Policía dispuso a 10,000 agentes para preservar el orden público durante los carnavales, y vigilar que no se cometan abusos ni delitos contra el patrimonio y contra la tranquilidad pública.
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