Por: Hernán Migoya (sexo21@peru21.com)
Polvos Azules es un emporio mercantil de lo más insólito, un caso único en la realidad limeña: de megastore de la oferta pirata se ha transformado con los años en punto de asistencia casi ineludible de todo turista que se precie y, a la vez, en conservatorio de la cultura cinéfila como no existe en ningún otro emplazamiento de la capital.
Así, entre las principales atracciones culturales de Lima, el centro comercial de Paseo de la República es ya una visita tan obligada y tradicional para el visitante cultivado como el bar Queirolo o el mercado de libros Quilca. La prueba de su aceptación y popularidad es que sus dos páginas principales de Facebook suman más de 80.000 adeptos, entre ellos numerosos periodistas.
La opinión pública avala la formalidad que está adoptando cada vez más su infraestructura: incluso recientemente varios cineastas nacionales (empezando por Fernando Villarán con Viejos amigos y los hermanos Vega con El mudo) alcanzaron acuerdos con los comerciantes del recinto para lanzar versiones legales de sus obras a un precio concertado, con un éxito rotundo.
EL PARAÍSO DEL EROTÓMANO
No hay en Polvos Azules un puesto exclusivamente dedicado al cine erótico, como sí lo hay a las series de TV o al género X. Pero varios locales con una oferta considerablemente exquisita y profusa en cine de arte y ensayo o de festivales reservan un espacio generoso en su catálogo de carátulas a los títulos sensuales más relevantes del séptimo arte.
La tienda 8 del pasaje 14, por ejemplo, incluye muchas películas softcore actuales de todos los países, y alberga su pequeño apartado centrado en filmes sobre relaciones gays y lesbianas. La chocante propuesta estadounidense Shortbus (2006) o la casi desconocida cinta nipona Pasiones de una secretaria privada (2008) son algunas de las alegrías que aguardan en este establecimiento.
Dos filas más allá, la tienda 1 del pasaje 15 ofrece filmes de todos los tiempos, ordenados por su nacionalidad y no por géneros, muy difíciles de ubicar en cualquier videografía de cualquier país: especialmente apasionante es su compilación fílmica francesa, dado que por ejemplo se puede hallar gran parte de las películas picantes protagonizadas por el mito erótico Brigitte Bardot, estrella cuyo fulgor abarcó desde los años 50, cuando el país galo era de los pocos donde el desnudo parcial femenino estaba permitido, hasta 1973, año en que la actriz decidió retirarse.
También son localizables hermosos largometrajes de impactante contenido, desde La mujer pública (1984), una de las películas que cimentó el reinado ochentero de la bellísima Valérie Kaprisky, hasta muestras surrealistas del realizador y escritor de noveau roman Alain Robbe-Grillet, como la sugerente La belle captive (1983).
Por último, tampoco faltan títulos malos, pero que el tiempo absuelve con una pátina de nostalgia entrañable: por ejemplo, el inefable Max Pécas, creador de chirriantes horrores como Luxure (1976), traducida al español con el más descriptivo título de Pornolujuria. Y, desde luego, todos los irrepetibles filmes de Tinto Brass.
Eso sí, abundan películas aún por descubrir de todas las cinematografías: Polvos Azules terminará convirtiéndose en un museo de la cultura viva.
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