1. Somos distintos. Es obvio decirlo y fácil de leerlo en el papel, pero cuesta convencerse y practicarlo. Renegar porque existen diversas creencias religiosas, perspectivas políticas, formas de vestir, en fin, es el combustible de los conflictos más terribles, tanto a nivel cotidiano como global. Aceptar las diferencias es la piedra angular de la tolerancia.
2. Ponerse en el lugar del otro es un ejercicio que tampoco es practicado con frecuencia. Es decir, antes de mirar a alguien mediante la distorsionada lupa del prejuicio, es mejor imaginar cómo es en realidad, cómo se siente y, sobre todo, entender que también tiene derechos como uno mismo.
3. La intolerancia desgasta. Lejos de ser retórica vacía, se trata de un hecho científico. Ejemplo: si su vecino pone música que no le gusta, ¿debe molestarse por ello? Evite, más bien, la segregación de la hormona del estrés, químico vinculado a la aparición de diversas enfermedades.
4. Mejora el ambiente. Mantener relaciones cordiales con el entorno –familia, amigos, compañeros de trabajo, hasta desconocidos– influye en la creación de una atmósfera positiva y propicia para el desarrollo de las habilidades personales. Pero, sobre todo, para sentirse bien.
5. Ser tolerante no significa ser tonto. Sigamos con el ejemplo del vecino. Una cosa es que ponga música que no es de su agrado, otra que lo haga a un volumen que exceda los decibeles permitidos por la ley.
De igual manera, abusos como el ‘bullying’, el maltrato familiar o la constante falta de respeto en la oficina son simplemente intolerables.
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