Juan José Garrido (juan.garrido@peru21.com)
Pocos profesionales como el economista Roberto Abusada han conocido a fondo el engranaje del aparato estatal, han palpado sus fortalezas y debilidades y han vivido los procesos de reformas que pudieron transformar su dinámica y las polémicas acciones que las paralizaron.
Testigo de excepción del punto de quiebre de la economía nacional, Abusada reseña lo que vivimos en las últimas décadas y las medidas que tenemos a la mano para orientar al país por la senda del desarrollo.
¿Cuál sería tu balance de los últimos 24 años en términos no solo económicos sino también institucionales y sociales?
Llegamos a 1990 con una situación catastrófica, lo que permitió hacer algunas cosas. Antes, en 1980 habíamos tenido la mejor mejor oportunidad para cambiar este país y enrumbarlo al desarrollo. Salió un líder con un apoyo popular tremendo, que podía haber hecho cualquier cosa, que tenía un equipo muy bueno y que había acordado un plan muy parecido al que proponía Vargas Llosa.
¿Cuál era ese plan y por qué no se llevó a cabo?
Eliminar controles, privatizar 173 empresas estatales, decir que la reforma agraria había sido una gran cosa pero que había que culminarla, liberalizar la economía, bajar aranceles, quitar los controles a las tasas de interés, dejar flotar el tipo de cambio. Pero no se hicieron por simple desidia y cálculo político. En noviembre había elecciones municipales y estas decisiones iban a ser un shock. Yo fui viceministro de Economía y viceministro de Comercio, y vi todo eso.
Se pasaron los ochenta sin cambios y llegamos a 1990…
Ahí se hicieron muy rápido las reformas, y te mencionaba lo de los ochenta para hacer una comparación; en los noventa yo estuve ya no como funcionario sino como asesor del ministro Camet, que no era economista sino ingeniero, un hombre muy inteligente, junto a un equipo que incluía a Fritz Du Bois. Ahí pudimos hacer una reforma por semana, sin el miedo, a veces justificado, que se tiene hoy entre los funcionarios, en la relación con el Congreso, con los sindicatos… lo que te prueba que cualquier persona que tiene una idea y quiere cumplir un objetivo y está dispuesto a pagar los costos, lo hace.
Porque esas reformas se hicieron a pesar de Fujimori, quien tenía una visión de ingeniería social, de construcción del futuro desde una planificación centralizada, ¿cierto?
Fujimori no creía en las reformas. Él creía que el empleo lo tenía que crear él y no el mercado. Si Fujimori hubiera tenido reservas, acceso al crédito y prestigio internacional hubiera aplicado un estilo distinto. Pero las situación era otra: estábamos al borde del abismo. No solo era el terrorismo; tuvimos el cólera, la hiperinflación. Fujimori no creía en las reformas, al punto que cuando las cosas empezaron a mejorar y vio que tenía campo de acción, las paró.
¿Qué cosas rescatarías de lo ocurrido desde entonces?
Hay muchas cosas buenas. Primero, yo diría que lo más importante es que ha surgido una clase nueva de empresarios. A la gente le gusta decir emprendedor ahora porque emprendedor es bueno y empresario malo, pero hay una cantidad de empresarios jóvenes que no sabíamos que teníamos, gente que la élite empresarial desconocía porque surgieron en la periferia de las ciudades, como ha explicado muy bien Arellano. Una generación pujante, que se encontró con una serie de ventajas dentro de las desventajas, con unas ansias de trabajar que no es muy común en América Latina. Que además se ha preparado, que sabe idiomas. ¿Tú sabías que en un momento la Alianza Francesa en el Perú tuvo el mayor número de horas dictadas de clase en todo el mundo, más que cualquier otra ciudad del planeta? A eso se suma la explosión de academías de inglés. Puede que no haya mucha penetración de Internet en el país, pero se encontraron otros medios, como las cabinas, al punto que aquí ha venido el presidente de Intel a ver qué ocurría con estas cabinas. En resumen, este nuevo tipo de empresario es gente que maneja su empresa y odia al gobierno.
¿Es un crecimiento anarquista como le llama Arellano?
Es anarquista y creo que ha llegado a su límite. Porque no nos hemos dado cuenta que son ellos los que nos van a salvar, porque son ellos los que tienen ese empuje que tenían los norteamericanos… Como bien dice Arellano, la informalidad nos ha servido pero ya no nos sirve.
¿Y cómo hacemos para reducir la informalidad? ¿Cómo integrar a estos millones de peruanos sin un plan que les sea atractivo?
Ponte en el lugar de un empresario emergente: él sabe que su situación le da menos acceso al crédito, que le da menos posibilidad de pegarse a las cadenas productivas mundiales, que le genera problemas al importar o al exportar. Es consciente de los costos pero sabe dos cosas: sabe que ser formal es un infierno en el Perú –y sobre todo si es pequeño o mediano y está creciendo–, y sabe también que está ganando dinero. Así que se dice: “Bueno, estoy ganando todo este bie-nestar, me quedaré mediano o chiquito y no podré acceder al mercado de capitales, no podré emitir bonos, qué pena, pero mi familia está cien veces mejor de lo que estaba antes. Si el gobierno quiere seguir con sus reglas escandinavas que siga, mientras no las cambie yo no voy a ser formal”.
Por supuesto… pero el problema es qué hacemos con los más jóvenes…
Así es, porque en cualquier otra parte un joven, una vez que estudió algo, está viendo cómo y por dónde se inserta al mercado laboral, ir entrando y saliendo de empresas, no ya al desempleo sino a otras empresas, probando y viendo qué quiere hacer…
Haría falta una reforma orientada a los jóvenes…
Y esa es una reforma que se hace en un momento, y que se vende muy bien. Digamos, un régimen especial para jóvenes de entre 16 y 29 años: les das derechos, los entrenas y les permites saltar de una empresa a otra. ¿Quién se va a oponer a eso? Solamente una cúpula sindical, el Sutep (gremio que agrupa a los profesores) y la CGTP. Yo he visto la capacidad de los jóvenes, he sido 25 años director de Tecsup y nuestros graduados en tres años ganan bastante más que los ingenieros… las empresas se los arranchan. Alguien que tiene un buen trabajo nunca quiere soltarlo.
En el año 2000 publicaste junto a otro grupo de economista un libro que es una guía de desarrollo “La reforma incompleta”. De ese paquete de propuestas, ¿cuáles crees que siguen siendo reformas pendientes?
La primera creo que es la reforma laboral. No podemos decir “estamos integrados al mundo, tenemos ingresos preferencial para el 95% de nuestras exportaciones y tenemos el mercado laboral más rígido que existe”. Más que el salario mínimo, que es seguro, es la imposibilidad de despedir. Los altísimos costos de despido le quitan flexibilidad a una economía abierta, que tiene que tener mucha flexibilidad, y no la tenemos.
Perdemos mucho tiempo hablando del modelo y resulta que tenemos un sistema laboral tan rígido…
El problema es que deberíamos especificar qué cosa es “el modelo”, porque la palabra asusta. El “modelo” no es sino pocos impuestos, o sea, no bajos impuestos sino pocos impuestos, apertura comercial, Banco Central independiente, libertad de comercio. Eso es todo. ¿Qué quieren cambiar? ¿Quieren cerrar la economía? ¿Quieren poner al Banco Central a la orden del Ejecutivo como la señora Kirchner? ¿Quieren hacer que los bancos sean manejados por las superintendencias y fijen la tasa de interés? ¿Quieren que el Banco Central fije el tipo de cambio?
¿Cuál sería la segunda reforma que propondrías?
Tenemos un Estado disfuncional. La siguiente reforma debe pasar por ahí, aunque no es necesario hablar de una gran reforma, sino de cosas concretas. Te pongo un ejemplo: los TUPA, Textos Únicos de Procedimientos Administrativos. Cada municipalidad en el Perú tiene un TUPA distinto; entonces si yo quiero invertir tengo que enterarme de todas las municipalidades con las que tengo que interactuar. ¿Por qué no puede haber un modelo único de TUPA? Otro ejemplo: ¿Por qué no podemos dejar que aquel que produzca agua la venda? Si yo quiero poner una desalinizadora de agua ¿por qué tengo que estar sujeto a lo que quiera Sedapal? Son cosas sencillas, eso con Camet y Fritz lo hacíamos en un día en el Ministerio de Economía YFinanzas. Y yo plantearía la reforma del Estado así, con cosas concretas, no una cosa enorme.
¿Haría falta una reforma tributaria?
Bueno, yo creo que los impuestos están bien en el Perú, en general. Todo el mundo se queja de IGV, pero el IGV es producto de la informalidad. Se quejan de las diferencias de productividad pero las diferencias en productividad entre empresas grandes y pequeñas son consecuencia de la informalidad. Al final lo que se tiene que arreglar es la informalidad. Hay países que lo han hecho, como México.
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