“La pintura es como la música: no se puede comprender, hay que sentirla; si no se siente, no hay contacto. La pintura no pasa por la cabeza sino por las sensaciones; claro, esto requiere un ‘entrenamiento’ previo, que es haber visto pintura”, nos dice Fernando de Szyszlo, uno de nuestros artistas vivos más importantes. Mañana cumple 90 años y, so pretexto de ello, se han programado las siguientes actividades: una exposición de su pintura reciente en la galería Fórum (Larco 1150, Miraflores), que se inaugura el miércoles 8; una antológica de sus grabados en el Centro Cultural Inca Garcilaso (Ucayali 391, Lima), que se inaugura el martes 7, y una retrospectiva en el MAC (Grau 1511, Barranco), que se inaugura el 16. Mientras esperamos por el trabajo de Szyszlo, escuchemos su voz.
Celebra 90 años y está lúcido y pintando…
He llegado a los 90 años porque estoy pintando siempre. Al pintar hay un desafío: perseguir un imposible. Esto hace que los pintores seamos longevos. En pintura no hay genios jóvenes, son pocas las excepciones, quizá, Van Gogh. Los pintores pintan bien en la madurez: si Cézanne hubiera muerto a los 40 años, no hubiera pasado a la historia.
¿Reconoce en su trayectoria momentos superiores a otros?
Yo soy pintor de un solo cuadro, siempre he perseguido lo mismo. Por eso me cuesta trabajo elegir cuál ha sido el momento más favorable de mi carrera.
Hablemos de sus etapas…
Cuando se es joven, uno experimenta y cambia mucho, pero luego encontramos nuestro camino. Empecé como poscubista, luego fui influenciado por el arte precolombino y Tamayo, y, después, me fui aproximando cada vez más al arte abstracto: ya en el 49, cuando me fui a París, hacía pintura abstracta. Sin embargo, allí descubrí que para hacer los cuadros que quería no tenía la técnica: en Lima me habían enseñado una posimpresionista, y mi interés iba por algo más complejo, por las veladuras, por una técnica más cercana a la pintura veneciana, al trabajo de Rembrandt. Luego, no creo que haya cambiado mucho.
Tuvo que reaprender a pintar…
Sí, y lo hice copiando: copié a Tiziano quien, por entonces, era lo que más me interesaba. Fui un copista (ríe).
¿Por qué un artista del siglo XX copiaba a un renacentista? Le podrían decir “pasadista”…
Y no tendría miedo (ríe). No me interesaban los paisajistas ni los preimpresionistas, quienes decidieron salir a pintar al aire libre; yo decidí volver al taller. Entonces, hice una serie inspirada en el poema quechua ‘Apu Inka Atawallpaman’, que fue un punto de quiebre en mi carrera. Primero porque empecé a vender algunas obras y a vivir, modestamente, de la pintura. Segundo, empecé a encontrar un lenguaje propio, uno que trataba de asimilar todo lo aprendido y, a la vez, añadirle mis circunstancias, mi propia vida.
Tiene un estilo, una obra suya es muy fácil de reconocer. Pero, ¿no siente que se ha repetido?
No tengo miedo de repetirme intentando conseguir lo que quiero: si hago un cuadro y me doy cuenta de que con otro color o con una luz o con una sombra mayor me acercaría más a lo que deseo, pues lo vuelvo a hacer. El cuadro no es el botín que uno consigue después de la batalla sino los despojos; no es una victoria, es una derrota. Hay un desfase entre lo que sueño hacer y lo que puedo hacer.
A usted le gusta la ‘artesanía’, el trabajo manual, las horas y horas de labor en el taller.
Es un amor al oficio y su misterio, es modestia: los genios pueden hacer garabatos; quienes no lo somos debemos proceder lentamente.
Le cuento un chiste. Un artista le dice a otro: “Tú no eres artista conceptual, lo que pasa es que no sabes pintar”.
(Risas). Estoy de acuerdo. La pintura es un arte manual, es inconcebible un pintor que no sepa dibujar. Me costó muchísimo dibujar, no tenía ningún talento, pero poco a poco aprendí. Me consuela pensar que hay otros casos como el mío: Cézanne, a los 30, era muy torpe.
Siempre nombra a Rembrandt, Tiziano, Cézanne, quizás Picasso, pero no a artistas actuales. ¿Cuándo decidió romper con el arte contemporáneo?
Hay pintores contemporáneos, como Tàpies o Bacon, que me encantan. Lo que no me gusta, y hasta me irrita, es tratar de pasar por pintura un ejercicio de ideas o de gestos. Todo esto es una falta de respeto a la creación.
¿El arte es la idea?
Esa es una frase equivocada. En crítico decía que el signo significa; la forma se significa. Siempre repito que el arte es el contacto entre lo sagrado y la materia.
Pero estos son tiempos desacralizados…
Lamentablemente, sí. Pero es una moda, esto va a pasar. Dalí decía: “Moda es lo que pasa de moda”. El siglo XVIII fue así, horrible; el barroco francés es horrible.
Algunos jóvenes dicen que usted es un artista del pasado; usted parece ignorarlos…
Es que no leo Facebook ni esas cosas (risas), entonces, no tengo ninguna idea de lo que se dice en Internet, en las redes sociales.
¿Visita galerías?
Ocasionalmente, pero, por lo general, no. Sé lo que voy a encontrar y no me interesa.
¿No es eso prejuicioso?
Cuando usted ve que los curadores son más importantes que los pintores, entonces, allí no puede haber mucho.
Entonces, ¿dónde hay arte hoy?
Debe haber gente trabajando. Lo terrible es la presión de los directores de museos y de los galeristas para que los pintores sean coloniales, es decir, que copien lo que está de moda en otros lados.
¿No vale la pena ir a las bienales de Venecia o Sao Paulo? ¿No vale la pena ir a dOCUMENTA?
No. Hoy vivimos una crisis, que no es la del arte sino del ser humano: nos hemos banalizado.
¿Y dónde deben refugiarse los espíritus sensibles?
Deben sufrir bastante porque no hay mucho por hacer.
AUTOFICHA
■ Mañana cumplo 90 años. He hecho grabado, escultura pero, fundamentalmente, soy un pintor. El primer grabado que hice fue para un libro de Javier Sologuren, pero nunca he tratado de inventar en el grabado.
■ Todo se ha banalizado. El sexo es intrascendente, una mera gimnasia, una calistenia. Una pareja, al bailar, no puede conversar por el ruido: se acentúa así la soledad del ser humano.
■ Mi esencia son mis circunstancias: nací y crecí en el Perú, vivo la política local y sus frustraciones, tengo la gloria de estar vivo en este país y ver sus posibilidades. Toda esto está presente en mí y en mi trabajo.
Por Gonzalo Pajares (gpajares@peru21.com)
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