22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Un joven talentoso, con una idea brillante bajo el brazo, acude a un municipio a solicitar la licencia que requiere para poner en práctica lo que tiene pensado. El funcionario que lo recibe, un hombre honesto, quiere darle la licencia, pero no puede. La ambigüedad de la norma que aplicaría en favor del joven podría llevar al funcionario incluso hasta la cárcel.

Tiene miedo. Prefiere negarle la licencia. El joven, frustrado, decide ir por el camino de la informalidad. Nadie detendrá su sueño, se dice a sí mismo. Al comienzo tiene éxito. No era para menos. Su idea era genial. Decide, entonces,que ha llegado el momento de registrarla y volver a la carga con la ilusión de convertirse en un joven y exitoso empresario formal. Registra su idea en Indecopi, luego acude al ministerio en el que su idea, supuestamente, encajaba, donde descubre que, en realidad, su idea no compete a ese ministerio, sino a otro.

Va al otro ministerio y en este le dicen que, en realidad, no compete ni a ese ni al otro, sino a otro ministerio. Su idea es multisectorial en un sistema en el que las normas suelen estar planteadas unisectorialmente.
Pero el joven es un luchador y, finalmente, logra superar la prueba. Acude a la Sunat, ya puede pagar impuestos, quiere hacerlo. Si no, cómo puede reclamar buenos servicios públicos, se pregunta y anima en silencio. Acude al Ministerio de Trabajo, ya puede tener a sus colaboradores en planilla. Regresa al municipio, donde esta vez le dicen que la norma cambió.

¿Cómo que cambió?, pregunta con temor. Es que el concejo municipal se ha reunido y ha decidido que aquello que no servía hace un mes ahora sí sirve (¿y qué pasa cuando decide que no sirve algo que antes sí servía?, se preguntaba en silencio) y que, por ello, ahora sí pueden darle la licencia de obra, pero que
no le garantizan la de funcionamiento, porque eso es otra cosa.

No entiende cómo le pueden dar la licencia a su negocio. Finalmente, la licencia llega y hace su pequeña, pero muy esperada, inauguración. Entre los invitados está un miembro del concejo municipal opositor al alcalde de entonces. Se acerca adonde el muchacho y le dice en tono enérgico: “Te han dado la licencia seguro porque has hecho algo ilegal. Hace dos meses esto estaba prohibido aquí. La prensa debe saber esto”, y se va. A los pocos días, un periodista decide acoger la denuncia.

El titular es más que elocuente: “Negocios turbios en el municipio”. Inmediatamente, el alcalde, sorprendido, hace sus averiguaciones y llega adonde el funcionario que otorgó la licencia. Era el mismo que tuvo miedo al comienzo de esta historia. Lo destituye públicamente y anuncia una severa investigación hasta las últimas consecuencias. La licencia del joven fue cancelada esa misma tarde: una idea brillante y un sueño morían en el camino, mientras la noticia corría por la ciudad, alimentando el desasosiego y la distancia que existe entre un sector privado y un sector público que nadie sabe cuándo, cómo ni por qué decidieron ser adversarios y no parte de un mismo equipo.

Y es que, como lo ocurrido con este joven brillante, cada día nuestro país pierde en el camino cientos de ideas e iniciativas potencialmente buenas y exitosas debido a esa muralla de desconfianza que todos hemos construido entre un sector privado y un sector público, que, en realidad, siempre debieron ser un mismo equipo llamado Perú, dispuesto a trabajar unido como un cuño, para librar con éxito las enormes batallas que le tocará enfrentar en los próximos años. Pero no. El empresario desconfía del Estado y el funcionario desconfía del empresario.

Una prensa desconfía del empresario, otra prensa desconfía del Estado. El ciudadano de a pie, confundido en medio de toda esta desconfianza, termina desconfiando de todos. Y así, ahogados en un mar de mutuas desconfianzas, nuestros jóvenes llenos de ideas y con ganas de concretarlas se van ahogando junto con nosotros. ¿Es posible revertir este escenario? ¿Podremos algún día ser un solo equipo peruano llamado sector privado y público trabajando unidos en favor del Perú? ¿Podremos derrotar esa desconfianza mutua que nos paraliza y nos hace retroceder cada vez que no somos capaces de ponernos de acuerdo? ¿Podremos como sector privado pagar nuestros impuestos con honor y respetar las reglas de juego con limpieza, mientras el funcionario pone sus mejores esfuerzos para que las buenas ideas florezcan? ¿Podremos, finalmente, abrazarnos como un solo equipo capaz de enfrentar y vencer cualquier obstáculo? Claro que es posible. Como todo en la vida, hay ciudadanos, funcionarios y empresarios buenos, respetuosos y ejemplares, así como los hay otros que son
malos y bandidos.

A los primeros les toca lo evidente: unirse como un solo equipo capaz de lograr las más inalcanzables victorias, mientras los segundos, descubiertos y arrinconados, van presenciando el fin de sus fechorías. Derribar esa muralla de desconfianza es la gran batalla a librar. Sí es posible. A ver quién da el primer paso.


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