Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com
Si tuviera la capacidad de acompañar sus pensamientos, citaría a aquellos físicos que afirman que el tiempo no existe. Lo que sí existe es otro tránsito distinto al terrestre, aunque también lo sea, que es el tránsito limeño. El primero se acerca a la poesía; el segundo nos aproxima al infierno.
Es posible medir cuántas vidas se lleva este tránsito, pero es imposible cuantificar las alteraciones orgánicas destructivas que provoca, las disputas que genera –en la calle y en la casa pues, terminada la jornada, nos lo llevamos puesto–, además del perjuicio al medio ambiente y a la eficiencia en el trabajo. Solucionarlo es una prioridad que, como toda urgencia –la justicia social por ejemplo–, las autoridades políticas suelen dejar como herencia a sus sucesores.
Esta vez, la Municipalidad de Lima parece determinada a enfrentar a este gigantesco ogro mitológico compuesto por gases tóxicos, humores más tóxicos aún, conductas asociales y una formidable e indescriptible irresponsabilidad. El deber de cada limeño que apueste por la vida, por la salud, por el equilibrio emocional y, sobre todo, por el sentido común, es apoyar y acompañar esta obra aportando la cuota indispensable de sentirse actor y libretista del drama que vivimos. Asimismo, nuestra conducta es más importante que el cemento que se agregue a la ciudad y puede llegar a ser un ejemplo de compromiso ciudadano para una vida comunitaria más digna.
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