03.DIC Martes, 2024
Lima
Última actualización 08:39 pm
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Opinión

Cómo pasamos de los panzones a Forrest Gump. Toda esta prosa fue dicha esta semana y, por cierto, no hablamos del lenguaje de la película del queridísimo ‘machín’ Alcántara, sino de la ‘crema y nata’ de nuestra variopinta cúpula del poder.

Mónica Delta,Opina.21
mdelta@peru21.com

¿Será la temperatura del verano, la extrema radiación o el acercamiento de un asteroide lo que ha provocado que los adjetivos sean lanzados como chisguetes en febrero? Será tal vez que la carrera invernal del presidente Ollanta Humala en la Antártida lo recargó de energía, provocando que disparara no solo con manguera en mano sino apuntando, y de qué manera, a la panza del expresidente Alan García. ¿Habrá sido una respuesta a los apristas por salir en mancha a reclamar su placa colocada hace 25 años en la estación Machu Picchu en el sexto continente? ¿O es que las zalameras palabras que García pronunció sobre la primera dama, hace algunas semanas, le supieron a chicharrón de sebo al mandatario? ¿O ninguna de las anteriores y se trata de que comenzaron a calentar los motores del 2016 y el jefe de Estado prefiere polarizar con el exgobernante sacando de esa ubicación a Toledo para marcar territorio electoral?

La verdad que esto último lo siento muy elaborado, y me inclinaría a pensar que fue una reacción como la que tuvo Humala, cuando era candidato, al llamarlo “cabrón”. En esa oportunidad, su padre, Don Isaac, con orgullo señaló que Ollanta era “bien cachaco”. Claro, los tiempos han cambiado y ya su papá tiene menos coincidencias con él. La artillería pesada del Apra, con Mauricio Mulder en el frente, respondió con todo y en exceso, comparando las carreras del presidente con las del tierno pero autista personaje encarnado por el genial Tom Hanks, que corría todo el tiempo hacia ninguna parte. Peor aún, señalaron que era poco viril hablar de la fisonomía de otro varón. La conclusión es que el intercambio de adjetivos puede conducir a los políticos a descender, sin retorno, a niveles inaceptables. A los observadores nos queda exclamar ¡ASU MARE!


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