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Opinión

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Sexualidad masculina vigorosa y predatoria, por naturaleza. Se desencadena con facilidad, también cuando el estímulo no es atractivo. Combinación de intensidad en lo primero y potencia en lo segundo puede terminar en violación. Hombre hipersexual y mujer coqueta. La seducción es suficiente del lado femenino: un macho de excitabilidad promedio puede terminar forzando.

Mito que explicó por siglos la violencia sexual. En el siglo XX con vestimenta científica: Havelock Ellis —la violación es una expresión de algo normal pero exagerado—, Alfred Kinsey —las acusaciones son falsas—, o Karen Horney, psicoanalista, la feminidad es masoquista.

El feminismo desbocado se fue al otro lado: toda relación sexual es una violación, un acto político que no tiene que ver con el deseo sexual sino con el ejercicio de poder.

Guerrerismo ideológico. Los extremos no responden ¿por qué los hombres violan? Y, menos, previenen un indudable delito.

La sexualidad plena es proporcionar y recibir placer con un par, el absoluto contrario de la violación. El análisis de las circunstancias concretas nos trae mujeres anuladas por el licor, relaciones inicialmente consensuales frustradas, con desconocidas en situaciones exaltadas. Pero lo desconcertante es el gran número de hombres jóvenes que aceptan haber impuesto sexo.

Un increíble 15% resultaron siendo poco empáticos, llenos de prejuicios hacia las mujeres e, interesantemente, confiados en que sus víctimas no se atreverán a denunciarlos, además de saber que otros hombres mostrarán comprensión hacia ellos. Son esas variables las que hay que trabajar, dejando de lado discursos moralistas.


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