22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Darwin dedicó un libro a las emociones. Y no solamente las situó en el contexto de la evolución de la especie, sino también del desarrollo psicológico individual. La risa de los más pequeños, por ejemplo, fue considerada como un instrumento de comunicación.

Sabemos qué causa el llanto infantil, pero ¿de qué se ríen los bebés? Porque desde los 4 meses, más o menos, lo hacen. La risa es una socialización del placer. Uno ríe con otros y fortalece los vínculos tan necesarios para sobrevivir física y mentalmente. Como el juego. Pero, antes de que puedan hacerlo, como infantes; y cuando ya no lo hacen seguido, como adultos, la risa es como un juego. Pero mental.

¡Un momento! La anterior afirmación es comprensible en los adultos que usan el lenguaje con todas sus ambigüedades y trampas. Pero, ¿los bebés? Pues resulta que hacia los 6 meses estos pueden ya fingir risa –y también llanto– para lograr ciertos objetivos, lo que indica una mente más compleja de lo que se pensaba.

Hacer como que se va a entregar algo que un adulto pide y retirar la mano a último momento, tirarse abajo algo que ha sido trabajosamente construido por otro, ambos hechos acompañados por risa o sonrisa cachacienta, apunta a un sentido del humor que refleja comprensión, por lo menos un esbozo de ella, de la mente ajena.

Más que una expresión de felicidad, lo gracioso siempre se da en un contexto social, de complicidad. Y requiere de la ruptura de expectativas –usar algo de una manera obviamente disfuncional–, produce risa, contrariamente a un acto opuesto a las leyes de la naturaleza –algo que desaparece sin razón–, que produce sorpresa.


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