22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Todos, unos mucho más que otros, sentimos que se ha interrumpido el curso de lo cotidiano. Ver nuestra calle convertida en río, nuestra vivienda en escombros, nuestro campo con todo el trabajo bajo el agua, significa un quiebre, una agresión a la continuidad de la vida. También cuando la irrupción de lo inesperado no es tan radical o hasta ridícula frente a lo mencionado, mucho queda pasmado. Los niños sufren el embate de manera directa o a través del discurso de sus mayores y de los medios. Los guiones no son los mismos y buscan adaptarse a los que rigen en la emergencia. Lo podrán hacer, sin duda. ¿Qué papel nos cabe a nosotros? Poner palabras. Dar el ejemplo. Situar el contexto. Definir lo que está pasando sin exageración, pero de manera precisa.

Centrarse en los hechos y las acciones. Escuchar sus opiniones y hacer un lugar para sus sentimientos. Darles algunas tareas, no importa cuán lejos estemos de los escenarios más problemáticos. Llevarlos con nosotros en las actividades de solidaridad o de defensa civil. Enseñarles que uno puede y debe prescindir de muchas cosas, que hay momentos en los que corresponde deshacerse de algo para que todos conservemos o recuperemos lo más posible. Ponerlos al corriente de los cambios, para bien y para mal, lo que se puede esperar, lo que no se sabe. Y, en la medida en que se vaya restableciendo cierta normalidad, introducir lo ocurrido y sigue ocurriendo, en las actividades de la escuela y el hogar. No discursos, ni sermones. Conversar, preguntar, responder, sacar conclusiones. E ir pensando y estudiando, más adelante, escenarios en los que las cosas pueden ser distintas, en que el conjunto pueda responder mejor.
OpORTuNidadEs


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