22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Hay sociedades en las que la fe religiosa no juega un papel importante. Los europeos están en ese camino y los japoneses también. ¿Significa eso necesariamente el abandono de los rituales? La pregunta proviene de una conversación sostenida hace poco con una mujer joven que está intentando quedar embarazada, sin éxito hasta el momento, de un segundo niño.

Cuestiona su religión. “Me he vuelto más escéptica”, me dijo, “por ciertas cosas que ocurren en todo el mundo y también por todo este tiempo de sufrimiento, expectativa y frustración”.

“Lo único bueno de no estar encinta”, me comenta, “es que me puedo teñir las canas”. No entendí su afirmación, hasta que me explicó que, en su grupo de amigas, todas dejan de pintarse el cabello cuando pueden estar embarazadas o durante el embarazo. “Hay una sustancia en el tinte que puede dañar al feto”, señala.

Un rato más tarde, me dice que, a pesar de su reciente alejamiento de la religión, recibió de su mamá una estatuilla a la que rezan las mujeres con problemas de fertilidad. “La he puesto en mi mesa de noche”, cuenta.

Los seres humanos necesitamos rituales, procedimientos que nos hacen sentir más seguros frente a todo aquello que no controlamos, o controlamos insuficientemente. Los misterios del destino nos hacen acoger formas de actuar, objetos sobre los que actuamos y libretos que seguimos al pie de la letra y que nos brindan tranquilidad.

Pueden estar, últimamente es lo políticamente correcto, basados en “hechos” científicos, o sustentados en el poder de lo divino. Tintes tóxicos o estatuillas milagrosas, el favor que le hacen las creencias a nuestra mente es el mismo. Y no es poco.


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