El viernes pasado el índice S&P500, de la bolsa de los EE.UU., registró un nuevo máximo histórico. Ayer, el sabio de las finanzas Warren Buffett, en su reunión anual con inversionistas, contestaba a una pregunta de un participante con estas palabras:
“Las bolsas tienen una faceta de casino que las hace muy atractivas a muchos cuando ven que, a su alrededor, algunos se están haciendo ricos. Los que no han vivido varios ciclos bursátiles son más propensos a especular que los que hemos experimentado los desenlaces de ciclos de especulación salvaje”.
El Profesor Jeremy Siegel –en su popular best-seller de los noventa “Stocks for the Long Run”– nos explicó cómo en el largo plazo ningún activo supera en rentabilidad a un portafolio diversificado de acciones. En concreto, el rendimiento anual promedio del índice S&P500 desde 1802 hasta la fecha, es decir en doscientos años, ha excedido el 6% anual en términos reales (una vez descontada la erosión de la inflación). Los rendimientos de las otras clases de activos: bonos, oro, commodities y bienes raíces, han estado muy por debajo de la bolsa.
Pero hablemos del corto plazo bursátil, en el que el “timing” lo es todo. Hay rachas de bonanza y rachas de penuria, fases de optimismo y fases de pesimismo; a veces el optimismo deviene en euforia y las valoraciones saltan por las nubes durante varios meses o incluso años, como en el periodo 1996-2000 que se conoce como de “exuberancia irracional”. Le sigue una fase de pánico en la que las valoraciones caen por los suelos. Ocurrió en 1929, en 2001 y en 2008. Es ahí cuando la bolsa adquiere los tintes de casino que nos cuenta Warren Buffet. En esos trances el gráfico de las cotizaciones tiene más de comportamiento maniacodepresivo que de racionalidad.
Una inversión bursátil a destiempo en esas fases finales de la exuberancia –sobre todo si va acompañada de endeudamiento para fondear la inversión– le puede suponer a uno la ruina total. Entre otros, les ocurrió a dos de los economistas más prominentes del siglo XX: John Maynard Keynes e Irving Fisher. Keynes sufrió tres episodios de ruina (uno de ellos en 1929), pero logró levantarse los tres; Fisher no tuvo esa suerte.
A pesar de que las noticias económicas y financieras que nos llegan estos días son buenas, no se confíe; creo que estamos entrando en uno de esos “momentos de casino bursátil” en el que es mejor dejar la sala. Lo explicaré en mi próxima columna.
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