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Las parejas, cada una por su lado, tienen sus propias definiciones de buen padre. Muchas veces, la excelencia está fijada en el hecho de que el padre sea cariñoso, compre regalitos y, en ocasiones, pasee y engría a los hijos. Esta manifestación de afecto, más allá de ser agradable y bien recibida, no cumple con el verdadero sentido de una paternidad. Las funciones paternales no solo deben dirigirse a los hijos, sino también al clima del hogar y, sobre todo, al buen trato a la esposa. Esto se pone a prueba en distintos casos, por ejemplo, cuando la familia está unida y cuando hay un divorcio y el padre sigue atendiendo amorosamente las necesidades de los hijos. Pero, tal vez, lo que los hijos más valoran es el modo en que el padre trata a la madre: ¿la hace llorar?, ¿la engaña?, ¿los hijos ven que sufre por causa de su esposo? El mejor padre es el que tiene tres virtudes: es amoroso y cariñoso con su esposa, sin hacerla sufrir; dispone de tiempo para hablar, salir y aconsejar a los hijos; da estabilidad y seguridad al hogar. Solo así ellos sentirán seguridad en sus vidas y tendrán un ejemplo para que, al crecer, sean como su padre está siendo con ellos.
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