Roberto Lerner,Espacio de crianza
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Papá falleció hace un año. Su hijo, universitario, debe hacer prácticas profesionales y se siente inseguro. “Me van a criticar, darme órdenes, hay cosas que no voy a hacer bien”, me dice. También relata su viaje a Argentina, durante las vacaciones. Fueron en un lugar donde se practica el esquí.
“Lo había hecho algunas veces cuando pequeño”, me dice, “con mi papá”. Su padre era europeo y creció en medio de la nieve. “Fue él quien me enseñó”, continúa. “Creí que ponerme los esquís de nuevo me iba a tirar al piso, pero, aunque sentí nostalgia y extrañé a mi viejo, fue más bien un contacto con su recuerdo.”
Luego refiere que el primer día tuvo un instructor algunas horas. “Como para no comenzar a la loca y confiado en lo que aprendí hace años”, explica. De hecho, fue una buena idea y al final de la jornada estaba esquiando con alguna soltura.
“Fue hermoso, la verdad que una linda experiencia. Además, los siguientes tres días, hasta que terminaron las vacaciones, pude descender la pendiente negra, la más complicada de todas”. Termina con orgullo.
Al final de nuestra conversación, quedó claro que había dado un paso más en el proceso de duelo por la muerte de su padre; y que, además, después de cierta supervisión, pudo superar obstáculos y afinar habilidades, obteniendo resultados de los que podía estar, con toda razón, orgulloso.
Frente a ello, su ansiedad con respecto de las prácticas profesionales que debía llevar a cabo para terminar su carrera universitaria, quedó en un contexto más amplio y razonable, pareciéndole el proceso que se avecinaba como un hito absolutamente manejable.
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