Oliver Stark,Opina.21
Columnista invitado
El menú de acciones implementadas por ambas naciones, hoy los motores de Europa, incluyó el Acuerdo de Versalles de 1952, que acordó reuniones bilaterales permanentes y obligatorias entre ambas naciones, cancilleres alemanes y presidentes franceses con visión de largo plazo, desde Adenauer y de Gaulle hasta Merkel y Sarkozy/Hollande, brigadas militares conjuntas, el estudio del francés en Alemania y del alemán en Francia, entre otros.
Al otro lado del océano, entre Perú y Chile existe, desde la conquista y el gran Virreinato del Perú, un odio derivado de lo que los estudiosos del tema denominan el rencor peruano, por un lado, y la soberbia chilenas, por el otro. Los chilenos, aparentemente liberados de su sentimiento de subordinación a los peruanos en lo cultural, político y económico, emergían victoriosos de una Guerra del Pacífico. Su clase militar incrementó su autoestima, ganó enorme influencia en la política y procesos presupuestarios de defensa siempre basados en que, ante ese rencor peruano, había que tener un óptimo nivel de alistamiento.
Los chilenos se creen un país de europeos, blancos, y no de mestizos e indígenas, algo difícil de entender si vemos los partidos de fútbol de su selección. En Perú nos colocamos en la posición de víctimas, siempre andamos lloriqueando; los chilenos nos consideran indios fracasados y renegones.
Es en ese sentido, un proceso como el de La Haya tiene una doble importancia: el de corregir un error y ratificar una verdad jurídica, y el de terminar, esperemos que definitivamente, con la arrogancia del niño bonito del barrio, por un lado, y el lloriqueo y plan de víctima, por el otro, para así enrumbarnos en una sana competencia por el bienestar de las dos naciones.
Ah, y en cuanto a (Álvaro) Vargas Llosa, esperemos que La Haya también le ayude a superar un muy particular problema de identidad.
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