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"Pelear no es bonito, pero me permitió lograr mi sueño"

“Cuando dejé el periodismo para dedicarme al Kickboxing, mi papá me dijo: Cumple tu sueño; si te va mal, te mantengo”. Hoy, Sarria es campeón mundial.

Foto: Alberto Orbegoso
Foto: Alberto Orbegoso

Miguel Sarria,Peleador
Autor: Gonzalo Pajares.
gpajares@peru21.com

Es periodista (trabajó en Perú21), pero nunca descuidó el deporte, su otra pasión. Por eso, después de 20 años de esfuerzo, hoy Miguel Sarria –y de paso el Perú– es campeón mundial de Kickboxing.

¿Quién te enseñó a pelear?
La vida. Nací en un barrio humilde, La Victoria. Viví allí hasta los 13 años. Luego estudié en muchos colegios, nacionales y privados, donde tuve que pelear. Además, siempre me motivó ver el sacrificio de mis padres, quienes siempre se esforzaron, a pesar de ser aún estudiantes, en darnos una buena educación. Mi padre fue taxista; mi madre, cosmetóloga. Mi padre se graduó de doctor (es psiquiatra, dirige el Larco Herrera) cuando yo ya tenía ocho años. Viendo todo esto, me volví un luchador.

¿Te gusta pelear?
Nunca pensé en pelear, menos en competir. Pero, cuando lo hice, me gustó ganar. Ser reconocido fue muy importante. Mi padre me inculcó las artes marciales desde pequeño. Él es una persona muy culta, un intelectual; psiquiatra, maestro de ajedrez. Emularlo en el tema cultural no era sencillo, pero sí en el deporte, donde empecé a destacar. Mi papá se puso feliz y me apoyó.

¿Las artes marciales son para defenderse, no para atacar?
Así es. Durante diez años practiqué taekwondo, y lo aprendí para defenderme, para aprender disciplina, para formar el carácter y reforzar los valores que me dieron en casa: puntualidad, honor, respeto, humildad y no a la violencia. Competir es secundario. He conocido excelentes atletas marciales que han decidido no competir. Para hacerlo no basta con ser bueno, también hay que ser aguerrido, valiente, un atleta completo.

Después de diez años en el taekwondo pasaste al kickboxing. ¿Por qué?
Quería algo más duro, algo más real. El kickboxing es un deporte de contacto, es boxeo con patadas, pero los valores se mantienen. Yo evito la violencia, pero si me atacan o hieren mi honra, puedo pelear. Felizmente, me ha pasado solo un par de veces. Soy humilde, no cobarde.

Eres periodista. ¿Alguna vez tuviste que elegir entre el deporte y tu carrera?
Nunca. Compito desde los 15 años pero nunca, mientras estuve en la universidad, dejé de entrenar, de prepararme. Yo tenía como prioridades el estudio y el deporte y, poco después, incluso el trabajo: me levantaba a las 5 a.m., me iba a trabajar, estudiaba por la tarde, entrenaba por las noches y me acostaba a la medianoche; así durante varios años. Y trabajaba por necesidad, necesitaba el dinero.

Trabajaste en Policiales…
Siempre soñé con ello. ¿Allí se ve toda la miseria humana? Sí, pero esa es la realidad.

Te conozco, pareces sensible, una buena persona. ¿Cómo pudiste soportar esa miseria?
Soy sensible. Al inicio me chocó, me quebraba, sobre todo cuando se trataba de niños, y eso que todavía yo no era papá. He visto morir gente. ¿Cómo lo pude soportar? Porque es mi chamba. Muchos me dicen ‘¿cómo te puede gustar pelear?’, pero es mi trabajo, mi profesión. Para mí no es bonito pelear, pero me propuse alcanzar algo grande y lo logré. Mi objetivo no ha sido ni la fama ni el dinero, sino demostrarme a mí mismo y enseñarle a mi hijo que uno debe ir por sus sueños, que estos se cumplen y que la felicidad es posible. Por eso le he dedicado mi título, porque quiero apoyarlo, como hicieron mis padres conmigo –y a fuego–, a alcanzar sus sueños.

Durante tus peleas, tu padre está en tu esquina, ¿no?
Sí, él es psiquiatra. Va al pesaje, a mi esquina; observa a mi rival y me da consejos porque sabe analizar a una persona, reconocer su personalidad, sus gestos, su mirada, hacia dónde va, qué siente… es un estratega psicológico. Pero la persona que me ha llevado al título mundial es mi entrenador: Juan Manuel Días.

Tu pelea en el Luna Park, del 2006, significó el punto de quiebre en tu carrera…
Sí, allí me di cuenta de que tenía posibilidades reales de ganar un título mundial. Hasta entonces, muchos pensaban que yo solo era un aficionado, un improvisado, que en esa pelea me iban a matar, pero gané, y muy bien, en un combate que, además, se transmitió a todo el mundo.

Has logrado el título mundial a los 33 años, un poco grande…
Dejé de pelear un par de años, por el nacimiento de mi hijo, pues necesitaba tiempo y dinero para él. Pero no es una mala edad. Hay peleadores que con 48 años siguen en el ring. Yo tengo para tres años más pues siempre he tenido una vida sana y nunca me he lesionado.

Eres metrosexual…
(Ríe). Siempre me ha gustado andar bien vestido, bien arreglado. Los peleadores no tenemos que andar mal vestidos, ya suficiente tenemos con nuestra cara llena de golpes (risas).

¿Para pelear hay que ser inteligente?
Claro. Pelear es un ajedrez, un juego de estrategia en el que hay que tener huevos, coraje.

AUTOFICHA

- Practiqué 10 años taekwondo, fui de la selección nacional, pero no me llenaba. Quería algo más duro, algo más real. Por eso empecé a practicar muay thai, kickboxing.

- Siempre he sido de perfil bajo. Ni en mi trabajo sabían que peleaba. El que mucho sabe, poco habla. Si el título viene con depa y laureles, no me enojo.

- Mi hijo se llama Marco Fabrizio, por Marco Valiente, mi mejor amigo. Él murió en un accidente de tránsito. Me reemplazó en una pelea y ganó el título latinoamericano.


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