22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

El domingo pasado, a través de Radio Capital, tratamos el tema de la refinería La Pampilla. Recibimos, como es lógico, opiniones de personas con distinta visión sobre el particular. Una conclusión a la que arribé no deja de producirme curiosidad.

Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com

Muchas personas que están en contra de cualquier iniciativa empresarial por parte del Estado no universalizan esta actitud y admiten que, en otras partes, mencionan generalmente a Noruega, dicha presencia del Estado ha sido o es beneficiosa. Pero aquí, en el Perú, ni en sueños, y citan la experiencia vivida con el gobierno de Juan Velasco o el primer gobierno de Alan García. Opinan –los que así piensan– que en Perú –y señalan lo de Perú con énfasis– es inevitable que la presencia del Estado en actividades empresariales genere corrupción y sea ineficiente. Es decir que no se trata, en estos casos, de una opción ideológica, sino más bien de una opción psicológica. El imaginario de estas personas, ricamente alimentado por la fogosa y partidarizada prensa local, ve a sus connacionales como personas incapaces de asumir con honestidad una tarea que ellos suponen llena de tentaciones. Y allí donde un noruego diría no, un peruano diría sí en caso de que ese sí le produjese un beneficio personal. Si fuera cierto aquello del refrán que afirma que “el ladrón considera a todos de su condición”, le estaríamos infringiendo un duro golpe a la autoestima popular. Lo que es posible en otras latitudes es posible en el Perú. Todo se reduce a elegir servidores públicos intachables, planificar adecuadamente, contratar técnicos capacitados e inspirar una mística que relacione el trabajo en cuestión con el crecimiento del país.


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