Juan José Garrido,La opinión del director
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Habría que ser muy mezquino para sostener que, en líneas generales, el discurso del presidente Humala fue equivocado o malo. No lo fue. Como no fue, tampoco, un mensaje cálido, que mueva a masas o genere indiscutible confianza en lo que queda del mandato.
Revisemos primero lo positivo. Lo más importante fueron dos aspectos puntuales: primero, abrir el discurso con una apuesta clara por la educación. Se invertirán S/.4,000 millones más en el sector, con lo cual se llegaría a cerca del 3,5% del PBI de gasto en educación (en la actualidad es cerca de 2,8%). El promedio latinoamericano, según CEPAL, bordea el 4,9%, y el promedio de los países desarrollados (OECD) ronda el 5,7%.
Apuntar al 3,5% de gasto en educación suena bien; es más, debería seguir creciendo. El problema reside en la calidad de ese gasto y, por otro lado, en las fuentes del mismo. Creemos que incrementar el gasto en remuneraciones e infraestructura es necesario, aunque es claro que no será suficiente. Los anteriores dos gobiernos (A. Toledo y A. García) incrementaron salarios e invirtieron en infraestructura sin cambios positivos en la calidad educativa.
No creo, en lo particular, que ese sea el problema central: no se trata del monto gastado, sino del objetivo. Gasto e inversión pública deben, por necesidad, estar ligados a calidad del servicio. Pensemos en alternativas, y nos daremos con las fuentes de financiamiento. Si en algún momento de nuestra historia los capitales privados pudieron servir para fines con mayor tinte social, es este. Si el Estado quisiera aumentar ese porcentaje a más de 5%, habría sido bueno hacer una apuesta público-privada. Países mucho más pobres que el Perú (Timor Oriental, por ejemplo) gastan por encima del 10% del PBI y no tienen mejor calidad educativa que nosotros. Por sí solo un mayor gasto no se traduce en mejor calidad, y ese es el objetivo a largo plazo.
El otro aspecto positivo es que el gobierno parece haber entendido la importancia del crecimiento en la creación de empleo y, por lo tanto, en la reducción de pobreza. No puede negarse que buena parte del mensaje tuvo un tufillo populista, con lo cual el riesgo de macro-sensatez aunado a micro-populismo no hay que descartarlo. No obstante, el mensaje ha sido coherente en cuanto a la importancia de la inversión privada, mantenernos en la Alianza del Pacífico y mejorar el ambiente de negocios a fin de hacer más dinámica nuestra economía.
Como imaginamos, el presidente mencionó los megaproyectos como un aspecto positivo; habría sido mejor que, al menos, mencione las razones detrás de la falta de transparencia, la falta de competencia y hacer así un balance más crítico de las mismas. Al igual que en el caso educativo, el objetivo no debería ser gastar millones, sino mejorar con cada sol invertido nuestra productividad e institucionalidad. Y aquí, lamentablemente, empiezan las críticas. De las 8,605 palabras que integraban el discurso, la palabra productividad apareció 5 veces; instituciones solo 3. Esto explica la poca importancia de estos temas en el marco mental de nuestro mandatario. Informalidad, otra palabra clave para entender al Perú actual, ni se mencionó.
Otro aspecto positivo del mensaje fue la propuesta del canon y la necesidad de redistribuirlo de mejor manera a lo largo de nuestro país. La idea está en la mente de muchos analistas y políticos; el problema será el cómo. No obstante, al menos la idea ha sido puesta sobre la mesa y esperamos que se vaya puliendo en el corto plazo.
Los aspectos negativos no están en lo dicho, sino en lo ausente, lo que faltó en el mensaje. Muchos han recalcado el abandono de los temas ambientales, ausencia notable teniendo en cuenta que este año alojamos la vigésima Conferencia de las Partes (COP), esfuerzo global por entender y combatir el cambio climático.
El otro gran ausente fue el problema central de nuestro modelo: la baja productividad y la alta informalidad (la primera altamente relacionada a la segunda). Si en verdad entendieran en Palacio y en el MEF al Perú y sus limitaciones para crecer, se habría escuchado un balance sobre estos dos factores y cómo apuntalarlos.
Como decía, fue un mensaje que cubrió lo necesario e inmediato, pero insatisfactorio respecto al largo plazo. La gran mayoría de las llamadas “reformas” no son más que ejercicios preliminares que, por un lado, tendrán que ser reevaluados por el próximo gobierno y, ojalá, mejorados. Como dicen en la calle, “mucha lata, poco atún”.
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