Analista político
Investigando la historia del amor y la sexualidad para mi novela La gula del picaflor (Alfaguara, 2006), encontré pistas de que la historia se mueve por enormes ciclos de género: desde una civilización femenina (pre-Mesopotamia) a la masculina que actualmente llamamos ‘la historia’ y, ahora, todo parece indicar, que nos encaminamos nuevamente hacia la femenina. J.J. Bachofen escribió Das Mutterrecht sobre esa etapa femenina. Marx le llamó “comunismo primitivo”. La impresión general es que fue un periodo corto, un preludio a la verdadera historia. ¿Corto el desarrollo femenino de la agricultura y la domesticación de animales que garantizarían la alimentación permanente del género humano? ¿Corta la creación de diosas que no fueron solo mamachas gorditas sino “madres de todos” como Triamat?
Todavía en la Babilonia paternalista, Istar, hija de Triamat, encabeza el panteón junto a Marduc, el ‘mero-mero’ de los dioses. La creación de la propiedad privada y el matrimonio fue el punto de inflexión que hizo ascender el ciclo del varón y descender el femenino. En Egipto, Horus, hijo de Isis y Osiris, es cielo, sol y luna. En Grecia, Zeus gobierna el Olimpo, sin par femenino. Pero todavía necesita a la mujer para procrear. En lo terrenal, en Roma, el varón ya es pater familia, o sea, legalmente dueño de la mujer, los hijos y la hacienda, y dispone de ellos a capricho. Solo la prostituta tiene fama, libertad y poder. Los patricios conspiran en sus salones.
Será el monoteísmo, el encargado de poner el ‘cherry’ sobre la torta de la derrota simbólica de la mujer, pues Dios Padre creó solito a la humanidad sin participación femenina. ¡Cosa i- nédita! Triamat, “la madre de todos”, y Dios Padre, “el verdadero (de todos)”, aparecen en la larga historia como picos de hegemonía de género. El monoteísmo terminó de descoyuntar a la mujer, sustrayéndole la sensualidad, su gran poder sobre el varón, y circunscribió su feminidad a su naturaleza maternal, la cual vinculada a la virginidad le armó una cárcel.
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