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Opinión

Luego de un cuarto de siglo vemos con estupor que el malhadado 5 de abril de 1992 sigue siendo recordado como si fuera ayer. Un medio llega a poner en sus cortes comerciales el dramático: ‘para que no se repita’. Critican acremente personas que no evidenciaron repulsa alguna en la aciaga fecha, incluso que trabajaron para el gobierno de Alberto Fujimori Fujimori siendo más tolerantes entonces. Y todos nos regimos, guste o no, por la Constitución de 1993.

Pensamos escribir la semana pasada sobre el golpe. Pero vivir atornillado a hechos ocurridos hace tantísimo tiempo parecía inútil. Evidentemente las condenas escuchadas tienen como fin demoler políticamente al neofujimorismo, abriendo un pequeño y codiciado espacio político para quienes lo buscan con avidez, sean las viejas glorias o los nuevos ‘figuretis’. Lo malo es la polarización y, con ello, el odio encendido hacia un sector importante de la población.

Pero la historia se alimenta de hechos, no de opiniones. Escuchando a la ex congresista Martha Chávez sobre lo inocuo que fue con la prensa el golpe aquel, debemos decirle que está errada.

Después de escuchar a Fujimori y su ‘di-sol-ver’ en la televisión, me dirigí en un colectivo a La República, diario donde trabajaba. En jirón Callao había algunas tanquetas y soldados dispersos. El ingreso al periódico estaba flanqueado de soldados nada amigables. No sé cómo entré ni cómo llegué, pero fue con naturalidad. A través del vidrio de la extensa sala de edición vi a mis amigos Alejandro Sakuda (director), Víctor Caycho, Óscar Cuya, César Terán, los ases de La República (espero que no me falle la memoria, son 25 años, por eso sorprende el vívido recuerdo de algunos medios). Estaban consternados y tratando de dialogar –término excesivo– con un oficial del Ejército.

El militar miraba vigilante a estos personajes. Saludé en medio del desconcierto. Se cuestionaba el titular de portada. Sakuda –hombre educadísimo– se metió en su oficina ante la intransigencia. Lo acompañé. Todo era surreal. Sakuda esbozaba un titular en ‘papelómetros’ que yo llevaba al uniformado leyéndolo en voz alta. Este consultaba telefónicamente, y rechazó varias propuestas. Le preguntaba por qué no daba razones. En este correveidile el siempre tranquilo y ecuánime Sakuda se asó. Y mandó la página en blanco que llevé al oficial. Los colegas asintieron y el cuadriculado oficial se descuadró. No había nada que censurar. No tuvo reacción. Y así salió La República.

En fin, ahí los hechos. Sorprende que ahora algunos medios quieran realizar una justicia paralela, vituperando luego de 17 años a una congresista por una demanda judicial que no la condenó, siendo la prescripción una figura legal. Recuerda a esas épocas de una prensa tramposa e indecente.


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