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Opinión

“En estos 180 días se ha negado que la democracia auténtica es conceder, pactar, acordar”.

A seis escasos meses de gobierno, el presidente Kuczynski dice con auténtica y sentida pena: “Mi bancada no me obedece”, evidenciando algo muy preocupante: no tiene control sobre ella. Y no puede tenerlo porque el grupo de los ppkausas que llegó al Congreso es una suma de voluntades individuales. Al no pertenecer a un partido político siquiera algo estructurado, cada uno de sus integrantes se dispara a su modesto entender y/o hígado, órgano tan usado en estos días para pensar.

Lo más peligroso de esta inmanejable situación es que entre los legisladores oficialistas no hay quien coordine, concierte o se acerque a la bancada fujimorista. Esta conforma un grupo potente, organizado. Aunque en muchos medios sea presentada como el ogro, el cuco, la encarnación del mal, ganó con los votos de peruanos tan iguales como quienes la critican. En una democracia no hay votos buenos y malos. Igual concepto democrático se aplica a la corrupción. Lo expresó muy bien en un reciente artículo el amigo y colega Juan Paredes Castro.

En estos 180 días se ha negado que la democracia auténtica es conceder, pactar, acordar. Vemos que en el grupo ppkausa hay quienes consideran que obtienen una medallita si le lanzan una afrentosa pulla al fujimorismo. Y está fuera de lo que sería una visión política. Es sanguínea y muchas veces ofensiva. El encrespamiento inútil entonces está asegurado. La cruda realidad es que el presidente no tiene operadores políticos, indispensables en un régimen que, como él dijo, ganó raspando.

El mandatario podría tener esa iniciativa sincera, pero no parece interesarle. Prefiere, equivocadamente, que una marcha del colectivo No a Keiko frene la inevitable censura de su ministro de Educación. Los jóvenes –que son los mismos siempre– lanzaron el lunes pasado consignas alucinantes como: “Congreso mafioso, no me representas” (¡Plof!), como si no lo hubieran votado, debiendo así acatar democráticamente los resultados. Otro lema terrorífico fue: “A tomar la calle”, como si los gobiernos elegidos por la voluntad popular se manejaran de esa manera.

Protestar es un derecho, ciertamente. Lo agobiante para nuestro país es que el propio ministro de Educación diga que resultaba alentador que los jóvenes salieran a las calles a defender la educación. La antipedagogía democrática. Será que guarda la esperanza de que no proceda su censura por la grita de un grupo de manifestantes. El presidente, que debería educar a los ciudadanos en la reflexión y en el debate de ideas, tampoco tiene una actitud formativa, de educación en democracia.

La corrupción en el sector, grande y gorda, no inquieta a los jóvenes, menos a sus líderes del Frente Amplio. ¿Por qué esta cerrada defensa de un ministro que ha mostrado grises y escasos resultados en su gestión? Todo lleva al dinero que ha repartido hábilmente. El nuevo titular tendrá que hacer público esto.


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