Con cinco años y toda la vida por delante, él estaría pensando en el helado que quería comerse por la tarde o en ir a jugar con sus amigos del barrio. Sin embargo, ni él ni su mamá imaginaron que no llegaría a cumplir los seis años, pues su vida le sería arrebatada en un horrible e innecesario “accidente” de tránsito. Roland Guevara fue el culpable de su muerte.
Además, este chofer de la combi asesina no tenía licencia de conducir. Otros pasajeros declararon que estaba manejando “como loco” y, evidentemente, perdió el control del bus.
La trágica muerte de I. D. M. no es un simple accidente más. Accidental es cuando algo ocurre de forma imprevista. Es decir, es algo que no se esperaba.
Justamente, en este caso no nos encontramos frente a un accidente, sino ante un asesinato. Y es que cuando una persona decide manejar un vehículo “como loco” y sin brevete, es predecible que ocurra algo así. Justamente lo accidental es lo contrario: sobrevivir al trayecto en combi, coaster o bus del inexistente sistema de transporte público de Lima y Callao.
Además del pequeño niño, catorce personas resultaron heridas. Quince familias tendrán que sufrir las consecuencias y asumir los costos.
Mientras tanto, las autoridades y su indolencia evitan que se implementen las medidas para la urgente reforma del transporte. Ellas aún no declaran como servicio público esencial el sistema de transporte público en buses, sin importarles que la mayoría de viajes al día se hacen en ellos y que para mantener el costo del pasaje accesible, las empresas de buses sacrifican todo lo demás, poniéndonos en riesgo cada día.
Es tan injusto que un niño de cinco años muera en esas condiciones. Es tan absurdo privarlo de sus posibilidades y segar su futuro.
Es tan injusto que todos nosotros no tengamos la garantía de poder cumplir nuestros sueños simplemente porque al sistema no le importan nuestros destinos en una ciudad que lo único que hace es matarnos.
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