Mi abuelo, el escritor Manuel Scorza, murió en un accidente de avión en 1983, cuando yo tenía menos de tres años. De él solo tengo recuerdos de las historias que me han contado y una escena reconstruida que involucra a los columpios del Rancho. También, cada cierto tiempo cuando rebuscábamos en las cajas de recuerdos, aparecían algunas fotos de los restos del accidente, fotos de mi mamá y su hermano parados entre cenizas y objetos quemados cuando fueron a Madrid a recogerlo. Siempre me dijeron que él traía para mí –su única nieta– unas muñecas en ese vuelo que nunca llegó. Mi mamá y mi tía me contaron de distintas formas sus duelos que aún, casi 35 años después, les siguen doliendo. También he crecido escuchando la historia de otro accidente de avión, esta vez en Pucallpa en 1971, donde muriera un tío de mi madre y otros familiares. Fue un día antes de Navidad. ¿Se imaginan el dolor de esa Navidad y de todas las siguientes?
Sabemos que la muerte es inevitable, pero la forma como esta llega es impredecible. Algunos llegan a viejos y se van tranquilos en un último respirar, otros se van de forma anticipada y hay quienes se resisten y no se dejan hasta que ya no pueden más. Sin embargo, las muertes sorpresivas, inesperadas, las que nunca imaginaste, esas –creo– duelen más. Pues no solo te confrontan con la muerte sino con todas las preguntas que esa ausencia te dejará para siempre.
El jueves fui al teatro a ver la obra de Mariana de Althaus, Pájaros en llamas, en el teatro del Centro Cultural de la PUCP. En ella, narran la historia de dos personas relacionadas de manera directa con dos accidentes de avión, uno de ellos es precisamente ese mismo vuelo que se estrella antes de llegar a Pucallpa. ¡Vaya coincidencia! Lo más impactante es que son los mismos protagonistas de las historias los que se encuentran en el escenario dando sus testimonios. Yo solo podía imaginarme a mi mamá y a Cecilia ahí al frente. Escudriñando sus recuerdos, reconociendo las señales anticipadas y tardías, enfrentando sus miedos y aprendiendo de ellos para ser lo que ahora son.
¡Quiero que el rayo de mi ternura traspase con lanza a los que no conozco,
y salte noche hirviendo
a los ojos de los que abran este libro,
y en algún lugar
un día de este mundo,
me oigas
y te vuelvas,
como quien se vuelve extrañado al sentir detrás el resplandor de un incendio,
y comprendas que estoy ardiendo por ti,
quemándome
sólo para que veas,
desde tan lejos, esta luz!
(Crepúsculo para Ana-Manuel Scorza)
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