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Opinión

Más que inoportuno, es torpe el proceder de la candidata Keiko Fujimori. Quien hoy representa cerca de un 25% del electorado nacional no ha encontrado mejor manera de mantenerse políticamente activa que bajo el uso destemplado de las redes sociales.

Juan José Garrido,La opinión del director
director@peru21.com

A través del Twitter, en particular, brindó ayer su más reciente aporte, criticando el viaje del presidente Humala a París.

Esto, más allá de la apertura a las críticas y burlas (que recordaron el viaje sin retorno de su padre en el 2000), demuestra que el fujimorismo tiene muchas tareas pendientes, si de articular un futuro político se trata.

Por ejemplo, podría partir por controlar la calidad de las propuestas de su bancada, ubicada en penúltimo lugar en el Congreso (ver reciente ranking publicado por Semana Económica), solo por delante del Nacionalismo. Y de los 10 últimos congresistas, en cuanto a aportes al crecimiento de la economía nacional, tres de ellos pertenecen al fujimorismo: Héctor Becerril, su hermano Kenji y Cecilia Chacón.

Esta desaprobación, habría que precisar, es el resultado de diversos desatinos propuestos por su bancada: oposición a la Ley Servir, intento de controlar el precio de los medicamentos, o el presentado ayer por la congresista Schaefer –mientras la Sra. Keiko perdía el tiempo en el Twitter y una miembro de su bancada votaba a favor de la ‘Ley Antauro’–, pretendiendo declarar de necesidad pública la modernización de la Refinería de Talara.

Si el fujimorismo pretende ser una fuerza política viable en el 2016 –y en las locales y regionales del 2014–, pues deben partir por mejorar la calidad de su lista congresal y de sus propuestas, así como por vigorizar la figura de su lideresa. Recordemos que pasada la segunda vuelta de las elecciones de 2011, doña Keiko exhibía pocas virtudes personales (la gran mayoría votó a favor de ella porque es mujer, por el mantenimiento del modelo económico y porque es hija de Alberto Fujimori).

En resumen, tienen mucho trabajo por delante. Y, hasta donde sabemos, Twitter no es –aún– una eficiente herramienta de reingeniería política.


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