Juan José Garrido,La opinión del director
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Para quienes llegaron a creer que el gobierno nacionalista suponía un modelo económico estilo “piloto automático” la realidad terminó quebrándoles el sueño: no estamos en eso, ni mucho menos. Bienvenidos a Humalanomics, versión beta.
En efecto, no podemos olvidar que desde mediados del 2011, en los inicios del gobierno, el único que seguía con el tole-tole de la Gran Transformación era el presidente Ollanta Humala. Ni la primera dama, ni el ministro de Economía, menos aún los miembros de su bancada, se animaban a mencionar el mamotreto. Contentos con haber ganado las elecciones con la “hoja de ruta”, y con el establishment económico del país satisfecho con el MEF, la consigna era simple: mientras menos hablemos de la Gran Transformación, mejor. Con el tiempo, supusieron, la gente se olvidaría.
No previeron que sería el presidente, quien se refiere a ella cada vez que puede, el que los pondría en aprietos. Al comienzo, las reinterpretaciones hablaban de la “hoja de ruta a la Gran Transformación”. Pero lo cierto es que el presidente nunca renunció a su proyecto nacionalista, a saber, aumentar las regulaciones, limitar a las grandes industrias extractivas (mineras y pesqueras) en favor de las artesanales y “pequeñas” industrias (que no tienen nada de pequeñas), regular el sistema financiero (banca y las AFP en particular), aumentar el gasto público, limitar las libertades civiles (servicio militar, libertad de prensa y opinión, universidades) e “industrializar” el país.
Hasta aquí dos observaciones. Primero, queda claro que estamos en la ruta original del nacionalismo. Segundo, para quienes creen que muchos de esos objetivos son nobles y necesarios, midamos estas ideas por sus resultados y no por las promesas: nuestra tasa de crecimiento va en picada hacia un rango del 4% al 5%.
Las Humalanomics, que ofrecen el desarrollo bajo el ideal velasquista –a quien el presidente cita con frecuencia y entusiasmo—, no están funcionando. Lo que sonaba bien (industrialización, reducción de pobreza, etc.) ya estaba en marcha gracias al modelo de mercado; queda lo malo: un Estado que se agranda sin transparencia y sin sentido económico y social.
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