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8 formas distintas de dar un examen final según un profesor universitario

El escritor y profesor Pierre Castro Sandoval se imagina el futuro de sus alumnos según sus formas de llegar a esta prueba crucial.

Pierre Castro Sandoval se imagina el futuro de sus alumnos según sus formas de llegar al examen final. (Difusión)
Pierre Castro Sandoval se imagina el futuro de sus alumnos según sus formas de llegar al examen final. (Difusión)

A veces me pongo a alucinar el futuro de mis alumnos según sus formas de llegar al examen final. Es chistoso aunque también da un poco de miedo. ¿Qué irá a ser de estos salvajes — me pregunto al mirarlos por última vez — cuando les abran la reja de las (j)aulas?

Para empezar están los que vienen a dar su examen sin lapicero. Esos ya de arranque jalaron el examen de la vida. Son los que más adelante llegarán a los almuerzos sin botella de vino, a los aeropuertos sin pasaporte y puede que hasta a la tumba sin darse cuenta de que estaban vivos. Al principio yo llevaba 10 lapiceros en el bolso y los iba repartiendo. ‘Prosssor ¿tiene un lap… ¡gracias, profe!’ Ahora les digo: ‘tengo, pero si te lo presto te bajo 5 puntos en el examen’. Les faltan patas a los desgraciados para irse corriendo a comprar uno.

Después están los que sí trajeron lapicero pero preferirías que no lo tuvieran. ¡Qué bessstia esas caligrafías! Hay exámenes que tengo que corregir como quien resuelve un pupiletras, cazando palabras al azar, inclinando la hoja a ver si con otra luz, aplicando harta Gestalt. Y lo peor es que ellos piensan que tener mala letra es como un defecto congénito que no puedes criticarles, como ser cojo, digamos. ‘¡Escribo feo, pe’, así soy pe’!’ Se creen que están componiendo un punk, los animales.

Yo les critico la mala caligrafía porque en el fondo lo que critico es la falta de empatía con el sufrimiento ajeno. Si tu letra parece un alambre de púas es porque quieres dejar al mundo fuera. Eres un terrorista de la comunicación humana y al jalarte lo que estoy evitando es que un día dinamites la ciudad.

Pero esos no son los peores. Ayer me escribió una alumna preguntándome cuál de las tres novelas que he dejado como opciones para el examen final es la más fácil. No quiero ni imaginar lo que me hubiese respondido mi profe Lucho Torrejón si yo le hubiese preguntado lo mismo. De una patada en el culo no bajaba. Obviamente, le di el título de la más difícil. Lo hice porque así la va a tratar la vida un día. Ella va a querer una vida Manual del pendejo y la vida le va a soltar Cien años de soledad. Va a querer Condorito y le van a tocar los siete tomos de En busca del tiempo perdido.

También están los que no leyeron el libro pero igual vienen a ver qué consiguen si meten un buen chamullo. Son maestros en el arte de escribir 20 líneas sin decirte nada. A esos como que les admiro el optimismo, me da ganas de carajearlos en privado, de invitarles una chela, pienso: a estos la vida los va a revolcar, les va a sacar la mierda, pero siempre se van a parar porque son necios, son la mala hierba que sobrevive al lado del camino.

Están los que se pasan las 2 horas asomando el ojo a las carpetas vecinas porque nunca se tendrán fe, los que necesitan ‘porfavorcito’, ‘porfavorcito’ ir al baño, los que no apagan el celular y a mitad del examen les suena el ringtone de Tengo la casa sola.

Están los que entregan el examen a los 5 minutos y se van como diciéndote que la vida está en otra parte (y tal vez tengan razón). Y están los que se pasan la primera media hora mirando las ventanas, el techo o durmiendo sobre la carpeta y de pronto, como si los hubiese golpeado una epifanía, despiertan, se vuelcan sobre su examen y te lo entregan lleno de genialidades.

Pero mis favoritos son los que se quedan hasta el final. Lo curioso es que no son los más burros ni los que necesitan más nota. Son, por lo general, los que ya pasaron aun si jalaran ese examen. Están ahí por otras razones. A mí me gusta pensar que es porque les gustó mucho el libro y necesitan contármelo. Tal vez es porque están acostumbrados a hacer las cosas lo mejor que pueden.

No lo sé. Pero cuando se acercan con su examen y me lo entregan sonriendo, orgullosos, sin esconderlo entre el montón, yo les doy la mano, ya no de profesor a alumno sino de homo sapiens a homo sapiens, y los dejo ir, sin saber ya muy bien cuál de los dos ha sido el maestro.

Por Pierre Castro Sandoval

  • Escritor y profesor. Ha publicado el libro de cuentos Un hombre feo (Borrador Editores, 2010). En el 2012 ganó el Premio Copé de Plata con su cuento “El río”. Este 20 de julio en la FIL 2015 presentará su nuevo libro de cuentos de colegio titulado Orientación vocacional (Paracaídas, 2015).

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Examen final