Carlos Basombrío,Opina.21
cbasombrio@peru21.com
Lo que quizás le falta a la definición es que es él (al menos desde que triunfó en política) la fuente de muchas de esas dificultades. Si fuera psicólogo, diría que tiene tendencias autodestructivas.
De qué otra manera se puede entender que un hombre inteligente se ponga, él mismo, tantas zancadillas. Hay varias antiguas muy conocidas y no hay sitio aquí para reseñarlas; pero la semana que pasó dos nuevas confirman su inagotable capacidad de hacerse daño.
Que su anciana suegra, que no vive el Perú, compre una propiedad de cuatro millones de dólares y oficinas de 900 mil, inevitablemente iba a causar sospecha; y, como confirman las encuestas, el 80% iba a ver en ello algo oscuro. Por eso, así fuese cierto, le debió decir: “Señora, no me haga eso, invierta en otro país, porque en el Perú van a pensar que estoy escondiendo dinero a través de usted”. Un hombre con su experiencia tenía que saberlo.
Lo mismo con las fotos ‘picantes’ de la campaña del 2011 en Estados Unidos, que en estos días hacen furor en las redes. Salta a la vista que estaba posando y que no fueron el difícil logro de un paparazzi. Dicen que son de una familia de peruanos que quería una foto con él. Pues era fácil saber que había demasiada carne a la vista, como para que la versión fuese creíble, aun en el supuesto de que fuese cierta.
Todas estas cosas lo han convertido en blanco predilecto de los imitadores y han construido el estereotipo de un personaje frívolo, disipado y propenso a las corruptelas; uno del que difícilmente podrá sacudirse.
En política, como en cualquier otra actividad, no solo hay que ser, sino también parecer. Es verdad que nadie en el Perú está muerto en política, pero, de ser este el caso, habría que decir que fue un suicidio.
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