Roberto Lerner, Espacio de crianza
espaciodecrianza.educared.pe
Estoy en medio de un curso sobre salud mental del niño y el adolescente organizado en Chiclayo por la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo. Me toca conducir un taller sobre consejería a padres y adolescentes con el Dr. Michel Botbol, un connotado psiquiatra francés. Él usa una metáfora muy sugerente para caracterizar ese periodo turbulento del ciclo vital.
Hay un momento en que las langostas deben cambiar la coraza que las protege. Esos animales marinos tan valorados desde el punto de vista gastronómico tienen un exoesqueleto, vale decir su parte más dura está fuera, no dentro. En otras palabras, hay un momento en el que están absolutamente desvalidas, desprovistas de defensas, débiles en extremo.
Los adolescentes deben deshacerse de un conjunto de certidumbres, de cerrojos, protecciones, dependencias, que durante los primeros años de sus vidas creamos los padres y la sociedad juntamente con ellos. Una suerte de andamiaje que los acompañó en la primera parte del camino.
Cambios físicos, cognoscitivos y afectivos, expectativas sociales, deseos, nuevas dinámicas interpersonales, entre otros, requieren tomar distancia y desmontar la estructura de protección que predominó en la infancia y la niñez. El adolescente está, entonces, más débil que nunca en el momento en que menos puede aceptarlo, en el que busca enarbolar nuevas fortalezas.
Es la razón por la que es tan difícil para ellos pedir ayuda, aun cuando están sufriendo intensamente. Convencerlos de que hacerlo requiere de una gran valentía y reemplazar la coraza desde una distancia prudente, sin hacerlo evidente y sacarlo en cara, es una difícil tarea que los padres de adolescentes deben realizar.
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