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Opinión

Por más democráticos que sean los gobiernos, sus responsables pierden la percepción de su sociedad al sufrir distorsiones en su capacidad de conducir.

Mauricio Mulder, Pido la palabra
Congresista

En reciente alocución, Ollanta Humala ha reiterado que ha hecho ya la “reforma militar”, aduciendo a un aumento de sueldos que, al parecer, se ha decretado hace poco y que además su gobierno está reformando al país como no lo había hecho nadie antes.

Viene diciendo, además, desde hace algunas semanas, que su gobierno ha hecho ya la reforma de la Educación, la reforma del Estado, la reforma del Sistema Previsional, la reforma Policial y que esta haciendo la reforma de la Salud. Poco le falta para emular al entonces primer ministro de Alejandro Toledo, Luis Solari, cuando a casi la mitad de su gobierno dijo que ya habían cumplido con el 95% de su plan de gobierno.

Sabido es, desde hace tres mil años, que el poder obnubila. Todos los procesos históricos que la humanidad ha experimentado alrededor de los procesos políticos han estado signados por el ejercicio del poder de sus principales protagonistas. A más concentración de poder más alto es el riesgo de conducir a los pueblos a designios graves de violencia, guerra o corrupción. Si el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente.

Por eso, el gran acontecimiento de la humanidad que fue la Revolución Francesa, que ningún hombre de estado debe dejar de estudiar al detalle, y constituyó el inicio del imperio del ciudadano y el control del Estado y de los gobernantes, buscó limitar y vigilar el ejercicio del poder al máximo estableciendo no sólo el proceso de elección universal de mandatarios, sino el límite temporal del poder y el contrapeso del mismo entregándole al pueblo, vía el Parlamento, el control del mismo y al Poder Judicial su fiscalización.

Pero sucede que pese a todo ello, por más democráticos que sean los gobiernos, sus responsables pierdan la percepción de su sociedad al sufrir distorsiones en su capacidad de conducir. Eso, por ejemplo, se observa claramente en el gesto mandón de la primera dama que dispone hacer mandados al ministro de Defensa o manda callar al de Cultura.

Pero más se nota en la realidad virtual que tiene el presidente ante sí. Se siente predestinado, incuestionable, endiosado. Trasunta soberbia al suponerse fundador de todo como si se hubiera reencarnado en él un Luis XV al revés, algo así como “antes de mí, el diluvio”. Y piensa que cualquier maquillaje en cualquier tema supone una reforma fundamental.

Lamentablemente para él y para el país, la realidad es distinta. Los peruanos sienten que el jefe de Estado manda pero no gobierna. No ve liderazgo ni conducción. No siente el pueblo que haya alguien en el timón. En los dos problemas sustanciales que se reflejan en las encuestas, que son la seguridad ciudadana y el empleo precario, el ciudadano siente que ha sido abandonado a la buena de Dios. Nadie lo defiende ante la delincuencia. El presidente habla de cualquier cosa menos de cómo va a hacer para frenarla. Y peor aún el ministro, que ya está completamente desgastado. ¿No suena a burla que OH hable de “reforma policial”?

Es fácil poner demagogia y crear una realidad que la gente no se ocupa en confirmar. Cuando en reciente ola publicitaria de más de 20 millones de soles el gobierno le hace decir a personajes contratados ¡gracias! y a renglón seguido hablan de carreteras, centrales hidroeléctricas o irrigaciones inexistentes, es cuando ya no nos debemos preocupar de lo que pudiéramos llamar un exceso de demagogia, sino que estaríamos ante un severo caso de “cratotitis” (crato=poder, titis=enfermedad). Y no parece haber medicina alguna que lo cure.


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