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Desde la caída del fujimorismo, no teníamos un país tan convulsionado como el que hoy nos ofrece el gobierno nacionalista. A pocos meses del proceso electoral, nos encontramos con un país que parece estar a la deriva. Muchos se consuelan pensando que le queda poco tiempo al actual gobierno y que las cosas cambiarán, para bien, muy pronto. Otros, que lo que se viene en los próximos meses será aún peor y, por lo tanto, más difícil de arreglar.
En su peor momento, la pareja presidencial está concentrada no en asuntos de gobierno, sino en cómo salir bien librados de la cantidad de graves problemas en los que andan metidos. Entonces, ¿quién le está poniendo atención a los problemas del país, de Estado, que son absolutamente más importantes que los que pueda estar enfrentando la pareja que nos gobierna? Pareciera no haber nadie.
La economía estancada, las exportaciones desplomándose, la inversión paralizada, la pobreza no está disminuyendo como debería, la anemia aumentando y la delincuencia avanzando agresivamente, encontrando el espacio libre para hacerlo, sin que nadie sea capaz de hacerle frente.
El gobierno que entre en 2016 no encontrará un país para seguir administrando hacia un futuro mejor, como lo encontraron Toledo, García y Humala. El próximo presidente encontrará un país convulsionado que lamentablemente tomará tiempo en volver a enrumbar hacia el crecimiento y desarrollo.
Mientras tanto, los ciudadanos estamos escuchando pocas propuestas de cómo se arreglará el desmadre. Son tiempos de campaña y sería bueno que los que pretenden el sillón presidencial se den el tiempo de explicar cómo enfrentarán los problemas que el gobierno de la gran transformación, o de la hoja de ruta, como se prefiera, está irresponsablemente dejándonos.
Ojalá pronto los peruanos podamos recuperar el optimismo y el entusiasmo.
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