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Opinión

El año 2013 no ha sido el más auspicioso para el gobierno de Ollanta Humala.

Juan José Garrido,La opinión del director
El año 2013 no ha sido el más auspicioso para el gobierno de Ollanta Humala. Del 57% de aprobación en enero y el pico registrado en abril (60%), todo ha sido cuesta abajo. Hoy, el 31% de aprobación (y el 61% de desaprobación) se muestra como una gran cicatriz en lo que ya se percibía como una cara ajetreada por los vaivenes del agitar político.

Si necesitamos de explicaciones, cuatro acontecimientos –creemos– marcaron la pauta del año que se termina. El primero, sin dudas, fue el escándalo desatado por los bienes inmuebles relacionados al exmandatario Alejandro Toledo que, si bien no tenía por qué ensuciar al gobierno de turno, los salvavidas lanzados desde el oficialismo terminaron por trasladar parte de los costos al gobierno. Y, no había que ser muy sabiondo para preverlo, cayó en la imagen del presidente y sobre la del Legislativo.

Luego vino el affaire Repsol. Ya saben, el intento del gobierno por hacerse de la refinería y de los grifos de la multinacional española. En principio, era evidente que el gobierno peruano no podía hacerse de dicha firma (y con ellas, las obligaciones contraídas) y, simultáneamente, realizar las inversiones requeridas para la modernización de la refinería de Talara.

Para el gobierno y las empresas relacionadas a los proyectos todo se sostiene en los requerimientos legales y medio ambientales; para otros (muchos), no obstante, el tole tole del lenguaje nacionalista, así como el acceso a ingentes cantidades de recursos, dejaban la sensación de un lado oscuro en la trama petrolera. Hoy, como sabemos, han ido por la puerta lateral y finalmente han conseguido un proyecto de igual magnitud, esta vez aprobado en un rush que ha dejado a todos entumecidos.

Para mediados de año los guarismos de la actividad económica languidecían. Caía la producción y la inversión. Lejos quedaba el 7% del quinquenio anterior. Los augurios de una tasa menor al 5%, que a principios de año sonaban a chifladura, cada vez parecían más sensatos. Y entonces empezaron las rebajas de los organismos y de los analistas locales. De 6% bajamos a 5,7%, luego a 5,5%, luego a 5,3%. Hoy, con suerte, cerraremos en 5%.

Era agosto cuando el mandatario, en un arranque de inexperiencia, apeló a la crisis… y desató la misma. Por supuesto no una económica sino de confianza. 61% de los encuestados en setiembre le creyó al presidente, aunque un 46% (frente a un 45%) creía que había cometido un error al hablar públicamente de la misma.

Por supuesto, no había que ser economista para saber que ello no era así. Para agosto lo peor de la crisis internacional ya había pasado, al punto que Europa pronto posteaba sus primeras cifras en azul, así como Estados Unidos, China y Japón mejoraban sus perspectivas de corto plazo. Los metales si están en caída; pero de ahí a que ello disparara una crisis, no necesariamente.

Cuando ya parecía que lo peor del año pasaba, y de hecho las encuestas lo reflejaban (pasaba la aprobación de 30% en octubre a 35% en noviembre), estalló el caso Lópezgate, y con ello una caja que dejaba a la de Pandora como austera. Hasta a dónde llegará el caso y con ello la confianza (y la aprobación) del actual mandatario es difícil de pronosticar; empero, en el primer mes, ya cayó al 31% (diciembre).

Las fiestas navideñas, las fechas de descanso y reunión familiar, así como el aumento en las actividades comerciales, suelen servir como amortiguador de las tensiones sociales. Y como para asegurarse las fiestas, los Reyes Magos se adelantaron al calendario, brindando nuevos amigos en algunos medios y un gran creador de novelas (antes llamadas “sicosociales”). Suerte que tienen algunos.


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