22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Algo está podrido en nuestras principales instituciones estatales, y no existe chapulín colorado ni chipote chillón que nos proteja. Nuestra sociedad, con su precaria democracia a la espalda, deambula entre causas ideológicas, caudillos medievales y delincuentes rankeados, y pareciera que no hay mucho por hacer.

Juan José Garrido,La opinión del director
director@peru21.com

Las leyes no sirven; si sirvieran, servirían para meter presos a los delincuentes (y prevenir a quienes piensan delinquir). Si los delincuentes, cuando se presentan ante la administración de justicia, tienen siempre las de ganar, pues el sistema jurídico no sirve en su principal cometido. Es bastante obvio; casi tautológico.

Quienes están llamados a establecer las leyes –esas que no sirven– decidieron hace mucho dedicar su tiempo libre a otros menesteres. Tal vez por eso es que las leyes no funcionan. Están pensando en cosas más importantes, al menos para ellos. Facturas falsas, recortes salariales, viajes y viáticos, y otros beneficios que puedan extraérsele al flamante cargo. Y eso es lo que vemos. ¿Qué otros intereses estarán sirviéndose de esa vorágine congresal?

¿Y el Ejecutivo…? El Ejecutivo…

Pues eso: estamos presenciando la hora cero de la debacle institucional.
Ayer sosteníamos que el problema era doble: por un lado, de calidad de las instituciones; por el otro, de coordinación entre las mismas. Habrá otros si profundizamos.

Hoy, no obstante, tal vez debiéramos pensar fuera de la caja. ¿Y si el principal problema es que pensamos en cómo construir instituciones, cuando las mismas se sostienen en su podredumbre? ¿Será que nuestra infraestructura social, como le llaman algunos, no es más que un agujero negro que todo lo absorbe, lo engancha, lo quiebra, lo pulveriza, para seguir existiendo?
Si nuestras instituciones son como un holograma, una imagen que pareciendo real no tiene capacidad de acción, pues enfrentamos un serio problema.

Por lo pronto, vayamos usando la palabra “impunidad” –en adelante– para referirnos a nuestras autoridades. Los criminales son, ahora, actores secundarios en esta trama.


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