José Álvarez,Médico y empresario
Autor: Gonzalo Pajares.
gpajares@peru21.com
Es médico, empresario, buen fotógrafo aficionado y taurino. En esta charla, José Álvarez, dueño de la clínica San Pablo y de los hoteles Aranwa, nos habla de sus pasiones.
Usted es de Cachicadán…
Está en la sierra de La Libertad, en Santiago de Chuco, donde nació Vallejo. En quechua significa ‘Dar sal’. Parece que en la época preínca había una salinera allí, y por eso se llama Cachicadán.
En el Aranwa del Valle Sagrado, su hotel, usted ha replicado la iglesia de Cachicadán…
Si bien mi familia emigró a Trujillo cuando yo tenía dos años, muchos de mis familiares se quedaron en Cachicadán. Entonces, todos los años los visitábamos. Pasaba allí unos dos o tres meses al año y se convirtió en mi territorio idílico. Por eso estoy tan pegado a mi tierra, y decidí que mi homenaje a ella sería a través de la réplica de su iglesia en el Aranwa del Valle Sagrado. Todos debemos regresar al lugar de donde provenimos, aunque sea de vacaciones, pues allí nace el amor por lo nuestro.
¿Siempre quiso ser médico?
Soy un pintor frustrado, pero encontré en la Medicina el desarrollo de una actividad manual. Por eso soy cirujano y me especialicé en cirugía cardiaca.
Y también tiene una clara vocación empresarial…
Mi primer contacto con las empresas fue a través de mi padre, quien fue un muy exitoso empresario trujillano. Yo le ayudaba en lo que podía, pero una vez que ingresé a la universidad me desligué de sus negocios y me dediqué sólo a estudiar. Terminé la universidad y me fui a hacer mi especialización a Sao Paulo. Cuando regresé me ‘empleé’, trabajé en el Hospital Obrero y en algunas clínicas. Estuve a punto de regresar a Brasil, pero me quedé porque vi una oportunidad de crecer: acá, la cirugía cardiaca estaba en pañales. Y justo mi padre murió y, en dos años, sus empresas quebraron. Esto afectó a mi familia.
¿Qué lección sacó de esta circunstancia?
Que hay que preparar muy bien a la segunda generación, para que el trauma vivido con los negocios de mi padre no se repita. Por eso estoy formando a mi hijo Gabriel, para que se haga cargo de la empresa.
Tenemos problemas en los hospitales públicos. Esta debilidad es una gran oportunidad para las clínicas…
En 1991 inauguramos la clínica San Pablo por necesidad. Yo era un cirujano exitoso y me llamaban de muchos lugares para operar. Tenía que cargar con mis equipos a todos los hospitales y clínicas, montarlos y, luego, operar, lo que me resultaba muy difícil. Entonces me dije: “Así no puedo seguir”. Allí nació la idea de hacer un Instituto del Corazón. Desarrollamos el proyecto, pero el edificio resultó muy grande para dedicarlo solo al corazón. Decidimos hacer una clínica general, con la especialidad de corazón más desarrollada.
Su modelo es particular…
La clínica es una empresa familiar. Hoy tenemos ocho locales, incluyendo Huaraz, Asia, y ya pronto abriremos uno en Trujillo. Lo que hicimos fue venderles consultorios a varios médicos fundadores, dinero que nos ayudó a terminar la clínica, pero no tienen categoría de socios, aunque se sienten tan comprometidos con la clínica que la sienten suya. Muchos dicen que un médico no es un buen empresario, pero creo que es cuestión de trabajo y de potenciar nuestras habilidades.
También es fotógrafo…
Soy autodidacta, soy amigo de fotógrafos, y de ellos aprendo. En el Aranwa del Valle Sagrado se exhiben la cámara de Martín Chambi y 36 fotografías originales –todo un tesoro– pues sus herederos son muy amigos míos.
Es taurino. ¿No es una incongruencia ser médico, salvar vidas y, a la vez, ser un aficionado a los toros?
La profesión no tiene nada que ver con el gusto por los toros. Yo veo en el enfrentamiento toro-torero mucho arte, una pintura, una fotografía; es una fiesta muy plástica, fabulosa. Tiene su lado fuerte, obvio, pero ese toro ha sido criado para la lidia, y en el ruedo se ve la lucha entre la fuerza y la inteligencia. Peor es llevar al animal al camal.
Colecciona arte…
Desde que tuve mi primer sol colecciono arte y antigüedades, todas peruanas. Tengo arte colonial, republicano, contemporáneo; obras de José Sabogal, Gerardo Chávez, etcétera.
¿Por qué se metió al rubro hotelero?
Es que la logística de los hoteles y de las clínicas es similar: reposo, alimentación, limpieza. Es más, la logística de una clínica es mucho más compleja que la de un hotel, que hasta resulta simple. La diferencia está en la parte comercial.
Y ha elegido tesoros naturales para instalar sus hoteles.
Sí, están en el Colca, en Vichayito, en Cusco, en el Valle Sagrado y, pronto, en Paracas. Los elegí porque eran destinos a los que yo iba con frecuencia. Y mis hoteles responden a las necesidades que yo, como viajero, tengo. Pero hoy trabaja conmigo gente en verdad especializada en hoteles, y no he tenido más opción que escucharla (ríe).
AUTOFICHA
- Nací en Cachicadán, La Libertad. Viví allí hasta los dos años. Mi padre era contador; mi mamá es ama de casa. Se conocieron en Cachicadán. Hoy, la zona es minera.
- Estudié en la Universidad de Trujillo, era muy buena, pero ya no. Tiene los problemas de la educación pública. Mi posgrado lo hice en Brasil.
- Tengo ocho hijos. El mayor tiene 43 años; la última, 18. Ninguno es médico, pero todos son profesionales. Soy dueño de la clínica San Pablo y de los hoteles Aranwa.
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