Los peruanos hemos empezado poco a poco a debatir si deberíamos acoger refugiados del Medio Oriente. Para muchos, la propuesta es frívola: un país que no puede atender a sus propios pobres no puede gastar recursos en atender una tragedia que, en términos crudos, no nos pertenece.
Se puede lanzar más de un argumento en contra de esta visión: que la Ley 27891 obliga al Perú a mantener una posición humanitaria frente a los refugiados o que la reducción de la pobreza y el acogimiento de refugiados se manejan en presupuestos diferentes, por lo que promover una no daña a la otra, etc.
Creo, sin embargo, que el mejor argumento es el que esgrime el profesor Marko Milanovic, de la Universidad de Nottingham, recordando la filosofía de Peter Singer. El argumento plantea el escenario de un niño ahogándose en una laguna al lado de nosotros. ¿Tenemos un deber legal de salvarlo? El Artículo 127 del Código Penal nos dice que sí, que, de no salvarlo, podemos ir hasta un año presos. La situación no cambia, por supuesto, si existen otras personas alrededor que también podrían salvarlo. Uno sigue teniendo el deber de socorro incluso cuando otros fallan. El deber persiste, además, si alejamos al niño cincuenta, cien o doscientos metros. Tampoco cambiaría si decimos que el niño no es peruano o que no tenía visa de residente. ¿Por qué es, entonces, que nuestra forma de pensar sí cambia cuando a ese mismo niño lo sacamos de nuestro territorio y lo colocamos al otro lado de una frontera o de un océano? ¿Qué tiene la distancia que nos enfría y ensombrece? Pues, nada. Somos nosotros mismos los que hacemos esa elección.
Es, pues, imperativo que el ordenamiento peruano permita el acogimiento de refugiados de Siria e Iraq. El chauvinismo no es excusa. La peruanidad no quedará completa hasta que tenga también humanidad.
Alonso Gurmendi Dunkelberg
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