Mauricio Mulder, Pido la palabra
Congresista
Los recientes impasses internacionales con Venezuela y Ecuador terminaron para el Perú con la baja de sus dos embajadores en Quito y Caracas y con la sensación de que nuestro país ha perdido peso y fuerza en el escenario latinoamericano.
Primero fue la bravuconada del señor Maduro, que disparó munición de grueso calibre contra el canciller Roncagliolo cuando este, como es natural, se limitó a referir que el Perú hacía votos por un diálogo político en Venezuela, tema que, incluso, sus más cercanos aliados del Unasur han manifestado y que es tendencia conocida en las relaciones internacionales. Lo sorprendente es que metiera sus narices en ese tema nada menos que el embajador peruano en Venezuela, llevándole el apunte al gobierno de ese país, y no de aquel que decía representar, es decir, el Perú. Maduro salió a decir que, luego de hablar con su embajador en Lima, da vuelta a la hoja. Resultado: salió Raygada, Maduro roncó, y el Gobierno peruano mantuvo un silencio sepulcral.
El siguiente punto lo propició el señor Riofrío, embajador de Ecuador en Lima que, provocado o no, se puso a patear e insultar mujeres en un supermercado. Para el presidente ecuatoriano, el tema se volvió un “patria o muerte” de defender a un “inocente”. Llegó a decir la barbaridad de “si se afectan las relaciones con el Perú, qué pena”, pero que no iba a dar su brazo a torcer. El Perú no había exigido la salida de esa persona ni menos había declarado que era persona no grata. Simplemente solicitó que Ecuador “considere” la posibilidad de cambiarlo. Allí ardió Troya. Inaceptable. En el ínterin, el señor Riofrío renuncia y lo que debiera haber terminado allí se convierte en un lío mayor cuando el señor Correa, literalmente, expulsa al embajador peruano en Quito. Si Riofrío renunció por iniciativa propia, ¿por qué el señor Correa se desquita con el embajador peruano? Y, luego, aparece tan locuaz señor señalando que, finalmente, se hizo todo lo que él exigió.
He ahí dos casos en los que nuestro país ha sufrido maltrato innecesario de parte de dos presidentes que tienen en común, como otros, su pretensión de quedarse en el poder mientras vivan. Los reeleccionistas latinoamericanos que se agrupan en Unasur no aceptan llevarse bien con gobiernos que, por lo menos en el papel, no tienen esas cuasi democracias autoritarias y “marcan la cancha” cada vez que pueden.
Pero el Gobierno del Perú aparece actuando como si fuera culpable de algo, tratando de arreglar en silencio la situación, dejando satisfechos a los que se comportaron agresivamente contra nosotros y no recibieron respuesta clara y dirimente, como corresponde, sin que ello signifique que se quiera propiciar un ambiente de tensión, sino solamente de afirmar que respetos guardan respetos y que el Perú nada ha hecho para tensionar esas relaciones.
Se arguye que esa pasividad está motivada por la sentencia de La Haya. No veo la conexión. La sentencia, favorable a quien sea, se cumple sí o sí, y si hay bravata de una parte, es su problema, y mucho dificulto que país alguno apoye a ese eventual rebelde. Colombia tendrá que aceptar la sentencia de su caso con Nicaragua, y de nada le habría valido que todo el continente la respaldara, hecho que, por supuesto, no ocurrió.
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