El 28 de marzo de 2002 las fuerzas especiales de Estados Unidos capturaron en Pakistán al presunto número 3 de Al Qaeda, Abu Zubaida. Solo seis días después del 11 de septiembre de 2001, el presidente George W. Bush había concedido a la CIA autorizaciones antiterroristas sin precedentes: podía capturar y detener a quien creyera que era una amenaza o podía serlo.
Cinco meses después, el 7 de febrero de 2002, Bush había establecido que los detenidos talibanes o de Al Qaeda no serían considerados presos de guerra según la Convención de Ginebra y que, por tanto, el trato humano no era un requisito. La agencia no podía por tanto llevar a sus detenidos a una base militar sin deber declararlo al comité internacional de la Cruz Roja.
Había que buscar alternativas: fueron las cárceles negras. Luego había que sacarles toda la información posible: fueron los “interrogatorios reforzados”, o tortura. Son los dos programas secretos que están en el centro de la polémica de la CIA desde hace años.
El informe del Senado sobre la tortura en la CIA en la era Bush ilumina sobre todo el programa de interrogatorios. Los nervios y la precipitación llevaron a saltarse todos los controles. Según el informe, la agencia “no estaba preparada para custodiar a su primer detenido”.
NI IDEA NI GANAS
La CIA no solo no sabía dónde encerrarlo: al final fue Tailandia. Tampoco investigaba cómo sacar información. Dice el informe:
Aunque la agencia sí hizo algo, dice el texto del Senado. Fue algo puntual y discreto: preparar “un informe sobre un manual de Al Qaeda que inicialmente la CIA creyó que incluía estrategias para resistir interrogatorios”.
LA INSPIRACIÓN COMUNISTA
El ejército del Aire de Estados Unidos tenía un programa clasificado llamado SERE (las siglas en inglés de supervivencia, evasión, resistencia y huida). El programa servía para entrenar a militares a resistir diferentes métodos de torturas chinas -se creó en plena Guerra Fría.
Alguien en el cuartel general de la CIA —esto es pura especulación— pudo hacer este sencillo salto mental: si Al Qaeda tiene un manual para resistir interrogatorios, debemos buscar a expertos capaces de sortear su estrategia. No había que buscar muy lejos. La CIA encargó un informe sobre ese manual de Al Qaeda a dos profesores del SERE: los psicólogos militares James Mitchell y Bruce Jessen.
Acababan de retirarse del ejército y Mitchell había fundado una empresa con la idea de usar sus conocimientos en el sector privado. El papel de Mitchell y Jessen no es una novedad del informe. Su rol es conocido desde 2007, pero cada vez hay más piezas que confirman la historia.
Vanity Fair hizo un reportaje en 2007 sobre Mitchell y Jessen. Entrevistó a varios expertos en psicología y a militares. Así supone John Sifton, investigador entonces en Human Rights Watch, que convencieron a los agentes de la CIA:
El problema es que no lo era. Los torturadores chinos durante la Guerra de Corea querían que los soldados norteamericanos confesaran cualquier cosa. Había que romperles para luego emitir unas declaraciones donde acusaran o criticaran a su gobierno. Era propaganda.
Pero la interrogación de presuntos miembros de Al Qaeda o talibanes debía tener otro objetivo: lograr inteligencia útil, verdadera. El origen de la teoría era solo una parte del problema.
La segundo dificultad era que Mitchell y Jessen no habían trabajado nunca para una agencia de inteligencia, nunca habían hecho un interrogatorio real ni sabían nada de yihadismo o islam. En unos meses, sin embargo, pasaron de escribir un informe sobre un presunto manual de Al Qaeda a establecer una estrategia para hacer cantar a los detenidos de la CIA.
El método se basaba en la “impotencia adquirida”, un hallazgo de un psicólogo célebre, Martin E. P. Seligman. Así describe el New York Times el logro de Seligman en animales:
El problema es que alguien apático habla de cualquier cosa, no necesariamente de algo útil.
EL PRIMER DÍA DE TORTURAS
El ascenso de las teorías de Mitchell y Jessen fue fulgurante. El 24 de julio de 2002, el fiscal general aprobó verbalmente el uso de diez técnicas de interrogación; aquí AP da más detalles sobre cada método:
1. Agarre de atención: coger por las solapas.
2. “Murear” [walling]: estrellar al detenido contra un muro.
3. Apretón facial: bloquear la cabeza con una mano en cada lado de la cara.
4. Bofetón: está claro.
5. Reclusión apretada: encerrar al detenido en una caja algo más grande que un ataúd.
6. De pie en la pared: el detenido debe colocarse ante una pared, estirar los brazos y rozar el muro con los dedos. Debe aguantar la postura horas.
7. Posiciones de estrés: mantener en posiciones incómodas para que los músculos sufran.
8. Privación de sueño: para lograrlo en algunos casos se les encadenaba al techo.
9. Uso de pañales: en lugar de cubo.
10. Uso de insectos: colocar por ejemplo un bicho inofensivo en un caso de reclusión apretada al preso a quien le dé asco.
Pero quedaba el método que más se ha asociado con tortura: el waterboarding o, en español, submarino. Consiste en atar al preso en una tabla cara arriba y lanzarle agua para simular ahogo. El fiscal lo aprobó verbalmente dos días después, el 26 de julio. La opinión legal por escrito clasificada llegó el 1 de agosto de 2002.
La tortura de Abu Zubaida empezó el 4 de agosto de 2002 en una cárcel negra en Tailandia. En los meses previos, con interrogatorios normales, Zubaida había dado información. Pero la CIA creía que —gracias al famoso manual— sabía resistirse. Para comprobarlo Mitchell viajó a Tailandia y dirigió los abusos a partir de las 11:50 de la mañana de 4 de agosto:
Empezaron a pedirle información sobre presuntos terroristas en Estados Unidos. Cada vez que se negaba le apretaban la cara o le daban un tortazo. A las 6:20 de la tarde le hicieron el primer submarino. Tosió, vomitó (el informe da este nivel de detalle: “Vomitó un par de veces durante la sesión con algo de judías y arroz. Hacía 10 horas desde que había comido, era por tanto sorprendente e inquietante”), tuvo espasmos, pero parecía resistente a la modalidad: el periodo más largo que aguantó fue de 17 segundos.
Los agentes y Mitchell empezaron a combinar métodos durante 20 días seguidos. En ese período Zubaida “pasó 266 horas (11 días, 2 horas) en la caja de reclusión grande (tamaño ataúd) y 29 horas en la caja de reclusión pequeña, que tenía 53 centímetros de ancho, 76 centímetros de alto y otros 76 de profundidad”.
Mucho antes, a los seis días de torturas, un cable del equipo interrogador dice que es “altamente improbable” que Abu Zubaida posea la información que estaban buscando. No fue la única señal de alerta. Hubo muchas más. Ali Soufan, entonces agente del FBI, amenazó incluso con detener a los encargados de las torturas.
FBI agents involved with CIA were so horrified one of them wanted to arrest the officers involved #TortureReport pic.twitter.com/oW54AIxxb5
— Zaid Jilani (@ZaidJilani) diciembre 10, 2014
Pero no lo hizo. Los métodos siguieron vigentes durante unos meses y luego las detenciones y las modalidades más brutales fueron cayendo. En 2007, por ejemplo, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, pidió que no hubiera desnudez en los interrogatorios, pero mantuvo privación de sueño, manipulación de la dieta, apretón facial, apretón abdominal y agarre de atención.
Este declive lento del programa no impidió que en 2005 Mitchell y Jessen fundaran una empresa que se dedicara a gestionar los interrogatorios. Contrataron a ex agentes de la CIA que ahora trabajaban desde el sector privado. Entre otras cosas, la empresa debía charlar con los detenidos para hacerse una idea de “la mentalidad terrorista”. Lo llamaban “Terrorist Think Tank”.
Mitchell y Jessen recibieron US$81 millones por esta labor. El contrato de la CIA con la compañía se canceló a mediados de 2009, ya con Barack Obama en la Casa Blanca. La empresa cerró poco después. Pero la CIA debe pagar sus hipotéticos gastos legales hasta 2021.
AHORA MITCHELL HABLA
Vice News ha publicado este miércoles la primera entrevista con James Mitchell. Hay grandes perlas.
El periodista le pregunta si el submarino es tortura, y dice Mitchell:
Esta es una de las frases que mejor describen la mentalidad de Mitchell: “¿Vamos a parar de disparar a gente para que los malos paren de disparar a gente?” Es decir, hay cosas malas que se siguen haciendo. Los “interrogatorios reforzados” podían ser una de ellas. Es fácil mezclar todo.
Mitchell admite que para “un 99 por ciento” de los detenidos, un interrogatorio normal funciona. Pero para los presos especiales se requerían métodos especiales. Son así de especiales: si preguntamos a un detenido si prefiere el submarino o que le partan las piernas, preferirá que le partan las piernas, porque es menos “angustioso”.
Hay al final una cosa que Mitchell no mezcla: “A mí me parece completamente insensible que abofetear a Khalid Shaikh Mohamed [el segundo gran detenido de la CIA] sea malo y que lanzar un misil Hellfire a una familia de picnic y matar a todos los niños y a la abuela esté bien”. Este será el emblema antiterrorista de la era Obama.
- Por Jordi Pérez Colomé. Este artículo fue publicado originalmente como La insólita historia de los dos cerebros del programa de torturas de la CIA en World Wide Blog, de Yahoo Noticias España.
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