GONZALO PAJARES
gpajares@peru21.com
Figura de la TV desde que tenía 19 años, Sonia Oquendo ha sabido mantener garbo, belleza y estilo. Ella será una de las protagonistas de Akaloradas, la obra de teatro dirigida por Rocío Tovar –basada en el libro Dichosas, de Rocío Oyanguren– que aborda el tema de la menopausia y que se estrena este 24 de octubre en el Centro de Convenciones de Barranco (República de Panamá 220). Aquí repasamos su vida (en pareja).
¿Siempre has sido vivaz?
Me he llevado el mundo por delante. De los dos a los nueve años viví en Tingo María, una edad importante porque allí se forjan las primeras vivencias intensas, las cosas bonitas, los traumas, los temores, el dolor. Tengo que volver, no lo hago desde que salí de allí.
Entonces, cuando conociste a Luis Ángel Pinasco, ‘Rulito’, tu esposo, ya tenían un punto en común: él es de la selva…
Inicié mi relación con Luis Ángel hace ya 37 años. Lo digo con un orgullo enorme, pues es una de las metas que me tracé. Nadie apostaba nada por nuestra relación, ambos veníamos de una separación y no queríamos caer en el convencionalismo: queríamos construir una vida en pareja, pero manteniendo nuestra independencia. Y así ha sido: yo le comunico qué voy a hacer, no le pido permiso. Por ejemplo, acabo de estar en Madrid y Moscú, y todo por decisión propia.
Eso implica tolerancia, confianza y respeto…
Luis Ángel es la persona que tenía que encontrar, por eso le doy gracias a Dios, pues un esposo común no iba a permitirme esa libertad. Mi marido tiene toda mi confianza; tentaciones siempre habrá, pero para qué caer en ellas si yo tengo algo bueno en casa (risas).
Alguna vez confesaste que supieron escapar de la rutina…
Sí, hemos abonado constantemente nuestro amor, más aún cuando la casa estaba llena de nuestros hijos. Somos una familia numerosa, con sus hijos, los míos y los comunes. Por eso, una vez al mes nos íbamos a un hotel y nos dábamos un fin de semana… así rompíamos la rutina y manteníamos la privacidad necesaria para llevar una buena vida en pareja.
¿‘Rulito’ es un hombre celoso?
Ese tema nunca pasó por nosotros. Ambos estamos juntos porque nos queremos y nos respetamos, colmamos nuestras vidas y no tenemos por qué mirar a nadie más. Esto ha funcionado para mí hasta hoy y, creo – porque uno nunca sabe todo lo que puede haber pasado–, es recíproco (ríe).
¿Cuánto de amor y cuánto de costumbre hay en una relación de 37 años?
Hay bastante de costumbre, pero llega una etapa en la vida de la mujer, que coincide con la menopausia, cuando los hijos se van, donde llega el momento del reencuentro, del volver a estar solos, de la complicidad; donde ya nadie nos molesta y permite que nos volvamos a tocar en cualquier momento y en cualquier lugar sin preocuparnos por si los niños miran o alguien ronda. ¡Estamos libres para irnos a la cocina, a la sala!
¿Aprovechan esta libertad?
Absolutamente (ríe). Además, es una época diferente… las mujeres estamos, como se dice en la obra, ‘akaloradas’ (risas). Es una época donde la frecuencia disminuye, entonces, el momento íntimo debe ser más preparado, más selectivo, más producido: se desconectan los celulares, no se le abre la puerta a nadie… es toda una producción, donde se valora más la calidad que la cantidad.
Tu madurez es muy atractiva…
Soy una convencida de que uno es como uno se siente. Yo he llegado bien a esta edad cuidándome, alimentándome bien, haciendo ejercicio, siendo optimista, mirándome al espejo y sintiéndome bien. Por ejemplo, pongo dos juegos de ropa sobre la cama y le pregunto a Luis Ángel cuál le gusta… y escojo la que él rechaza (risas). Y no es que yo desconfíe de su criterio, confío en mí, que es distinto. Yo no me visto para mi esposo, yo me desvisto para él (risas).
Akaloradas aborda el tema de la menopausia. ¿Fue un momento difícil para ti?
Hay que tomarla con respeto, pero debemos reconocer que solo es una etapa en la vida de la mujer: no es ninguna enfermedad, es solo un proceso vital. Yo me siento una adulta mayor joven (ríe), a pesar de que la sociedad quiere tratarnos como ancianos, como inválidos, a quienes hemos superado los 60. ¡Qué error! Este es justo el momento donde se empieza a cosechar lo sembrado durante la vida, para hacer lo que de joven no se pudo… o no nos atrevimos. “Hay que guardar pan para mayo”, dice la frase, y yo vivo un mayo permanente (ríe).
¿Haces lo que quieres?
Sí. Tengo un negocio, una boutique, el día que quiero voy, el día que no quiero me quedo en casa; si no vendo, no vendo, pues, mañana lo haré. Te lo repito: soy libre. Mis hijos ya están haciendo sus propias vidas, si se equivocan es problema de ellos ¿Consejos? No, por favor, los chicos, los hijos no escuchan y tienen todo el derecho a equivocarse porque el error es una gran escuela de vida.
AUTOFICHA
■ Yo funciono mucho con el olor, yo recuerdo a la gente y a los lugares por cómo huelen… y eso lo heredé de mi estancia en la selva, de sus lluvias, de su tierra mojada.
■ El fútbol siempre fui mi rival: mi esposo se dedicaba a él, pero, por mis nietos, me he vuelto una experta en fútbol. ¡Eso es menopausia! (ríe).
■ Viví en Tingo María. Hablaba como lugareña, adoptaba las costumbres de mis compañeras: en la escuela botaba mis medias y zapatos y caminaba descalza.
Si te interesó lo que acabas de leer, recuerda que puedes seguir nuestras últimas publicaciones por Facebook, Twitter y puedes suscribirte aquí a nuestro newsletter.