22.NOV Viernes, 2024
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Opinión

Roberto Lerner,Espacio de crianza
espaciodecrianza.educared.pe

Imaginemos. Sin ser alarmistas. Ni caviares aguafiestas, ni ecologistas militantes. El universo nació de manera catastrófica, en una enorme explosión. La mayor parte del tiempo y en mucha de su inacabable extensión las cosas son cualquier cosa menos pacíficas: huecos negros, supernovas, etc. Nuestro planeta, no seamos inocentes, tampoco es especialmente hospitalario. La vida estuvo a punto de acabarse varias veces y en lo que va de nuestra patéticamente corta historia hubo transformaciones y turbulencias climáticas, geológicas y ecológicas, previas a la existencia de imperios malvados y capitalismos salvajes.

Sin nuestra ayuda y con ella parece que se nos acerca calor inusitado, costas sumergidas, sequías, inundaciones, tsunamis y huracanes, el único aspecto de los cuales que podemos controlar, es el nombre que les vamos a poner. Además, 80% de nosotros vamos a vivir en megaciudades, en pequeños departamentos, mami, papi e hijo único, alejados de la poca naturaleza salvaje que pueda quedar o disuadidos de visitarla por cuestiones de seguridad o logística.

Es el panorama, uno de los posibles escenarios, pero, aun con suerte, bastante probable que espera a quienes lleguen al 2040.

En ese contexto, ¿no sería mejor enseñar a los pequeños a amar espacios reducidos, actividades dentro de 4 paredes, encuentros virtuales, paisajes naturales impresos o audiovisuales, diversidad cultural documental y turismo estático? ¿Para qué entusiasmarlos con algo que no va a existir o estar muy poco disponible?

¿Angustia pensar así? ¡Pues, claro! Pero la inteligencia consiste en pensar cosas y hacerse preguntas desagradables. Entre tanto, aspiremos el aire del mar, la sierra y la selva que aún nos quedan.


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