Roberto Lerner,Espacio de crianza
espaciodecrianza.educared.pe
Pregunté –alrededor de 20 chicos de 16 años– si censurarían primeras planas de diarios populares e imágenes de noticieros en la TV. ¡Unanimidad! Sí, rechazan la disección de crímenes que ocupa un porcentaje importante de tiempo y espacio comunicacional, motivada por las leyes del rating/mercado.
Momento de pasión regulatoria: sobriedad, sabiduría, equilibrio mental. ¡Si quieren vender estados alterados de la mente, obesidad o agresividad, paguen harto impuesto y aléjense de donde hay cerebros inocentes!
Oponerse a tan sanas intenciones –¿alguien puede querer un mundo emborrachado, obeso y agresivo?– es como atacar a los bomberos. Obra de intenciones perversas. El debate se reduce a oposición entre buenos y malos, los que saben y los ignorantes.
¿Profesionales de la salud preocupados con cuerpos y conductas? ¿fabricantes de imágenes y objetos quieren venderlas? ¡Claro! Pero ni unos ni otros santos o demonios.
Es peligroso moralizar las leyes del mercado. Debilitamos mensajes educativos
–si comes esto serás lo otro–; debilitamos la libertad: ¡prohibido! Exigimos controles compulsivos o afirmamos la ausencia de regulaciones como requisito de la prosperidad.
No es sencillo. La respuesta reside en el ejercicio de la libertad de presión (no sólo de expresión) de grupos con intereses legítimos, para generar control social –formal e informal– que cautele el bien común.
Todos debemos interactuar, promover abierta, agresiva y asertivamente nuestras agendas y confrontar nuestros argumentos. Sin vergüenza ni complejos. De esos procesos nace la verdadera educación cívica, la cultura política y la responsabilidad en el ejercicio de nuestra libertad. Como ciudadanos y consumidores. Las leyes son una consecuencia de lo anterior, no su punto de partida.
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