Lucía de Althaus,Opina.21
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Un niño de 3 años está desarrollando conductas muy violentas y bizarras. La madre es muy nerviosa y siempre cree que a su hijo le “pasa algo”, invadiéndolo con su propio miedo y ansiedad. Este niño no tiene aún las herramientas para elaborar o no hacer suya la carga de emociones que su madre le inocula, tan solo por amarlo tanto.
Esta podría ser una clásica –y resumida– historia de un niño producto del “milagro” de la ciencia. Después de múltiples intentos fallidos y dolorosas pérdidas, nace Tomás, un niño adorado que carga todas las expectativas y deseos de los padres, pero también todos los temores y angustias de una madre que, mientras fue gratificada por la ciencia, fue acumulando también la profunda sensación de estar dañada, incapaz de tener un niño fuerte y sano. Si el galopante desarrollo de la ciencia de la fertilidad fuera de la mano con el acompañamiento psíquico y emocional de sus pacientes, tendríamos menos niños cargando con los duelos y angustias naturales, pero no resueltas, de sus padres.
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