Maruja Vélez,Presidenta de ADNU
Autor: Gonzalo Pajares.
gpajares@peru21.com
Maruja Vélez es una peruana que, por la labor de su esposo –un funcionario de las Naciones Unidas– vivió 47 años fuera del Perú. Entre sus múltiples destinos estuvieron países de Asia y África, donde se dedicó a ser maestra y a trabajar en instituciones caritativas. De regreso al Perú, fundó la Asociación de Damas de las Naciones Unidas (ADNU), que este 11, 12 y 13 celebra su X Bazar Internacional, actividad mediante la cual recaudan fondos para sus actividades sociales. El evento se realizará en el Puericultorio Pérez Araníbar (Av. del Ejército 750, Magdalena), y habrá, además de una gran subasta, shows artísticos y venta de artesanía, prendas de vestir, comidas típicas del Perú y el mundo y más. Entradas: 15 soles. Informes: 241-9541.
Su esposo fue funcionario de la ONU. Uno los imagina como buenos samaritanos que viajan por el mundo…
Esa imagen no se aleja de la realidad. Él fue director del Programa Mundial de Alimentos en diferentes países, dentro de ellos Perú. Este programa no es asistencialista, capacita a sus beneficiarios. Por ejemplo, en el Titicaca les enseñó a las mujeres a usar embarcaciones con motor y, en ellas, salir a pescar. Así, pudieron liberarse económicamente.
¿Recuerda cuál fue el primer destino de su esposo como funcionario de la ONU?
África (ríe). Guinea Ecuatorial. Pero mi esposo trabajaba en otros organismos y, por ello, estuvimos en Nigeria, luego fuimos a Ruanda. Luego mi esposo se fue a Sudáfrica, y más tarde llegamos a Sudán. Luego le tocó estar en Angola. Pero también he estado en Tailandia, en África Central, Indonesia, etcétera.
¿Cuánto sacrificó de su carrera por estar al lado de su esposo?
Mi gran frustración fue no terminar Medicina, carrera que estudié cinco años. Fue entonces que hice una maestría en Educación, lo que me permitió trabajar como maestra en el Congo, en Egipto, etcétera. Yo llegaba a un nuevo país y, de inmediato, buscaba trabajo, y si no encontraba hacía voluntariado.
Imagino que debe haber visto cosas muy tristes…
Cada país tiene su encanto, en todos los lugares me he sentido cómoda. Claro, pasé por momentos difíciles por situaciones como guerras, problemas políticos, etcétera. Recuerdo estar en el piso, sin luz, arrastrándome. Por eso, se hacen necesarias instituciones como la Asociación de Damas de las Naciones Unidas (ADNU), pues, gracias al voluntariado, no solo acompañamos a nuestros esposos sino nos incorporarnos a la vida del país donde trabajamos.
Su labor exige un proceso de identificación con la nueva cultura, de tolerancia…
Así es. No me cuesta integrarme a una nueva cultura. La primera vez que estuve en África me vestía con la ropa tradicional porque sabía que era mal visto que las mujeres usasen prendas occidentales. Por lo demás, aquella ropa era muy cómoda (ríe).
¿Qué tan distintos somos los seres humanos?
Una de las más grandes barreras que tenemos es el entendimiento del desarrollo de los países. No hay que ir a imponerse, sino a establecer una comunicación fluida. Todos los seres humanos somos iguales, culturalmente tenemos nuestras diferencias, pero es cuestión de ser flexibles y aceptarnos. Imagine, cómo ir y pretender imponerles nuestra forma de pensar; a sociedades distintas uno tiene que ir a aprender no a enseñar y, sobre todo, a incorporarse.
¿Cuántos idiomas sabe?
Para mí siempre fue muy importante conocer la lengua del lugar donde estaba, así aprendí árabe, lingala (Congo), bahasa (Indonesia), inglés, etcétera. No olvide que, en total, yo he estado 47 años fuera del Perú.
¿Le costó volver al Perú?
Como he vivido en países y ciudades tan difíciles, el Perú y, en especial, Lima me parece una ciudad muy fácil (ríe). Lo que sí me sigue impactando negativamente es el tráfico y la falta de respeto a la gente, al peatón.
Además, es madre…
(Ríe). Sí, tengo tres hijos: uno nació en California; otro en Nueva York, y la última nació en África… pero todos se sienten peruanos, aunque crecieron en África, Asia y Europa. Mi hija acaba de casarse en Irlanda, ¿y sabe lo que me pidió? Chocotejas, alfajores y pisco sour (risas).
Imagino que los ha hecho ciudadanos del mundo, cosmopolitas…
Así es. Son más tolerantes. Le cuento una anécdota. Ellos crecieron, sobre todo, en África Negra. Un día, con el mayor de mis hijos, que por entonces era muy pequeño, fuimos a Nueva York, y él me decía: “Quiero volver a casa, no me siento bien”, y lo decía porque entre los que nos rodeaban no había gente negra, pero, entonces, subimos al metro, y allí vio un grupo de afroamericanos. Me soltó la mano, se fue corriendo a su lado y se sentó en el regazo de uno de ellos porque allí se sentía en familia. Lo vi feliz. Y, años después, en la universidad, su grupo estaba integrado por gente de Etiopía, Nigeria. Y este espíritu solidario y tolerante tratamos de forjar en la ADNU.
AUTOFICHA
- Nací en Lima. Crecí en Miraflores y Lince, en Huánuco y Tingo María. Mi padre era agricultor: tenía un fundo en Huánuco y negocios agrícolas en Tingo María.
- Estudié Ciencias Políticas en Berkeley. Mi maestría la hice en la Michigan State University. Hice cinco años de Medicina en Inglaterra.
- Mi esposo era de EE.UU. Fue funcionario de la ONU. Durante años fue director del Programa Mundial de Alimentos en diversos países. Abrió la sede peruana.
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