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Opinión

Mi abuelo materno era español, gallego de Santiago de Compostela. Escapó de su casa a los 14 años, llegó como polizón de un barco a Brasil y luego recaló, vaya a saber por qué, en Rosario, mi ciudad natal.

Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com

Debido a ello, la Guerra Civil Española fue el plato fuerte de las conversaciones cuando yo aún era un niño. No recuerdo los temas, pero tengo vivas las emociones. Emociones que reviví cuando tuve que pasar mi primer año de exilio en Madrid donde, más allá de las trabas burocráticas, tuve múltiples pruebas de solidaridad y afecto. Creo que en ese tiempo aún no éramos “sudacas”, y sé que mis amigos españoles jamás comulgaron con esa terminología discriminatoria. Siento un afecto real por España y, por ello, me duele su presente. Cómo no conmoverse ante esta patética descripción del New York Times en la que habla de miles de españoles, muchos exclase media, revisando los tachos de basura para poder alimentarse, así como la entrevista a una mujer de 33 años –con aspecto de empleada– que refleja muchos cuadros similares. Está revisando la basura para conseguir su próxima comida. Ella encontró una decena de papas viejas y la recogió. Narra al periódico que “trabajaba en una oficina postal, pero me quedé sin empleo y mi seguro de desempleo se terminó”. Dice que “cuando uno no tiene suficiente dinero, esto es lo que es”.

El diario relata que, en Madrid, cuando un supermercado estaba por cerrar en el distrito de Vallecas, una pequeña multitud estaba esperando que pusieran afuera los tachos de basura. En 2007, Cáritas prestaba apoyo a 370 mil personas, hoy pasa el millón. Sería bueno preguntarse qué pasó.


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