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Opinión

Conocer el nombre de los países que más contaminan nos permite colegir que nuestras simpatías o antipatías no nos orientarán, en este rubro al menos y si somos coherentes, a defender a unos en detrimento de otros. Todos contaminan en gran escala y en consecuencia todos pueden ser considerados como agresores del único hábitat que poseemos. Los países en cuestión son China, Estados Unidos, India, Rusia, Japón, Brasil, Alemania, Canadá, México e Irán. Los demás no son inocentes pero aportan menos combustible a esta marcha hacia el abismo.

Guillermo Giacosa,Opina.21
ggiacosa@peru21.com

Conocer el nombre de los países que más contaminan nos permite colegir que nuestras simpatías o antipatías no nos orientarán, en este rubro al menos y si somos coherentes, a defender a unos en detrimento de otros. Todos contaminan en gran escala y en consecuencia todos pueden ser considerados como agresores del único hábitat que poseemos. Los países en cuestión son China, Estados Unidos, India, Rusia, Japón, Brasil, Alemania, Canadá, México e Irán. Los demás no son inocentes pero aportan menos combustible a esta marcha hacia el abismo.

El Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) evaluó, en el 2001, que la mayor parte del calentamiento observado durante los últimos 50 años se debe al incremento en las concentraciones de gases que provocan el efecto de invernadero, producto de la actividad humana. Durante el siglo XXI el mundo va a calentarse por lo menos el doble de lo que lo hizo durante el siglo pasado, pero esto ocurriría a un ritmo hasta diez veces más rápido y no debe creerse, como muchos pueden imaginar, que un cambio de tres o cuatro grados en la temperatura promedio del planeta significaría simplemente que solo vamos a sufrir veranos tres o cuatro grados más cálidos y disfrutar de inviernos menos fríos: un cambio de esta magnitud tiene efectos aniquiladores para la humanidad.

¿Estamos a tiempo de evitarlo? Lo políticamente correcto es decir que sí para no aniquilar esperanzas y acelerar así el proceso. Lo científicamente cierto –con mayor o menor precisión– es que difícilmente, dado el desenfrenado modo de producción actual, se pueda hacer algo realmente significativo.


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